El Papa Francisco ha concedido la celebración de un jubileo de plegaria y acción de gracias en memoria del insigne doctor de la Iglesia santo Tomás de Aquino. El tiempo de esta concesión pontificia tiene vigencia entre los años 2023 y 2025 debido a que en el primero de estos años se cumplen los 750 de su santa muerte y los 700 de su canonización. Si san Agustín como «Doctor de la Gracia», ha manifestado el camino para ir hacia Dios, santo Tomás de Aquino como «Doctor angélico» ha mostrado, en cuanto es posible en nuestra vida mortal, el esplendor de la luz de Dios. La luminosas enseñanzas de ambos doctores de la Iglesia son imperecederas.
Tomás fue el menor de los doce hijos de la familia de los condes de Aquino. Su primera formación la recibió como oblato del monasterio benedictino de Montecassino fundado por el propio san Benito. La enseñanza recibida en esta abadía la conservó Tomás con gran aprecio durante todas su vida. Con razón su abad Desiderio, que después fue papa (Victor III), decía: «Haec domus est similis Sinai sacra jura ferenti» («Esta casa es semejante al monte Sinaí que ofrece leyes sagradas»). El estudiante Tomás hacía a sus maestros en la abadía esta pregunta reveladora de un profundo anhelo: «¿Cómo es Dios?». Ellos le respondían debidamente, tal como sabían, pero él ansiaba una mayor hondura.
Los proyectos de la familia consistían en que Tomás profesara como monje en Montecasino y con la esperanza de que atendida su capacidad intelectual y el prestigio de su linaje pudiera llegar a ser abad u obispo. Las circunstancias propiciaron que se trasladara a completar sus estudios en la universidad de Nápoles, y fue allí donde el estudiante descubrió un camino de vida que frustraba los anhelos familiares. Entró en contacto con la orden fundada por santo Domingo de Guzmán, llamada de Predicadores o dominicos, en la cual decidió ingresar. Esto provocó que Tomás fuera arrestado por sus hermanos, pero él permaneció firme en su ideal y al fin logró seguir su vocación, que le llevó a ser un excelente maestro y predicador de la fe, destacando en las universidades de Colonia y París.
La más profunda enseñanza de Tomás de Aquino versaba sobre el conocimiento del misterio divino, como él lo manifiesta en el inicio de su «Summa contrgentiles», donde dice: «Tengo bien claro que el deber principal de mi vida es ser consciente de que me debo totalmente a Dios, y quiero cumplir con este deber de tal modo que no solo mis palabras, sino también todos mis actos, sean signos de un lenguaje que habla de Dios» (SCG, I, 2).
Reconoce también Tomás muy claramente que la cercanía de Dios a los hombres se realiza especialmente por el misterio de la encarnación: Haciéndose hombre la persona divina del Hijo, sin dejar de ser Dios: Maravilloso misterio al que el Doctor angélico se refiere al comentar las palabras de Cristo afirmando que él es la puerta (Mt 10,9) y lo expresa nuestro sato doctor diciendo: «De nadie puede decirse que sea puerta; esta cualidad Cristo se la reservó para sí; el oficio, en cambio, de pastor lo dio también a otros y quiso que lo tuviesen sus miembros; por ello Pedro fue pastor, y pastores fueron también los otros apóstoles, y son pastores todos los buenos obispos». («Comentarios al evangelio de san Juan» (cap. 10, lec 3).
Santo Tomás murió el 7 de marzo de 1274 en el monasterio cisterciense de Fossanova mientras se dirigía por invitación del Papa al concilio de Lyón y su último esfuerzo consistió en comentar a los monjes el libro del «Cantar de los cantares». Él no solo había sido un gran maestro universitario, sino también una predicación popular muy apreciado en Roma y en Nápoles. El fruto de su enseñanza ha perdurado siempre y ha alimentado copiosamente el ansia de la verdadera sabiduría.
A modo de referencia, quiero recordar a un ilustre maestro de escuela español, don José María Gabriel y Galán, excelente poeta dotado de un íntimo y cordial aliento de pensador e insigne comunicador. Sus expresiones sobre Dios parecen ser como un suave eco de la doctrina del Doctor angélico. En la poesía titulada «A solas», después de unas reflexiones sobre diversas actitudes frente a la vida el poeta castellano exclama: «¡Qué bien así se vive, a Dios amando / en Dios viviendo y para Dios obrando».
Muy sugestivo resulta lo que Gabriel y Galán dejó escrito en un autógrafo, que a modo de despedida en espera de su tránsito a la otra vida, redactó con estos entrañables versos: «¡Quiero vivir! A Dios voy / y a Dios no se va muriendo / se va al oriente subiendo / por la breve noche de hoy. / De luz y de sombras soy / y quiero darme a las dos. / ¡Quiero dejar de mí en pos / robusta y santa semilla / de esto que tengo de arcilla, / de esto que tengo de Dios!