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«En política lo importante no es tener razón, sino que se la den a uno».

Konrad 

Cuando un dirigente –político o no- toma una decisión que afecta a un colectivo, ésta va precedida, naturalmente, de un periodo previo de reflexión. Lo que no es de recibo –por cesarista- es anunciar que uno se tomará unos días para meditar sobre qué hacer y distorsionar de manera importante el día a día de una nación y su proyección exterior. Cuando el 29 de enero de 1981 Adolfo Suárez (para ti el mejor Jefe del Ejecutivo a lo largo de nuestra todavía joven democracia) optó por tirar la toalla se lo comunicó al Rey y luego a la Nación mediante un discurso televisivo que duró exactamente 10 minutos. Lo hizo y santas pascuas… Un Adolfo Suárez que tuvo que lidiar con problemas mucho más serios que los que «asolan» hoy a Pedro Sánchez. Aun recuerdas estremecido a ese Presidente sentado y erguido que se negaba, durante el afortunadamente fallido Golpe de Estado del 23 de febrero, a tirarse al suelo como ordenaban unos guardias civiles con metralleta o socorriendo a un anciano zarandeado por esos mismos guardia civiles. Te refieres naturalmente a Manuel Gutiérrez Mellado. Sin obviar también la valentía de un Santiago Carrillo que mantuvo su dignidad de diputado frente a los agresores…      Esos tres héroes, que se jugaban la vida- y lo sabían- serían los que deberían de haber recibido el baño de multitudes que se le dio anteayer a Sánchez. Probablemente tuvieron miedo, pero lo supieron vencer. Como señalara el magnífico guionista Goscinny: «No se puede ser valiente sin haber conocido el miedo. El verdadero valor estriba en saberlo dominar».

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Lo de Pedro Sánchez a tu entender (y recuerde que está leyendo un artículo de opinión) no es más que un «alehop» circense, una pirueta, una maniobra de trilero, un truco de magia a la búsqueda, probablemente, de un baño de masas que, efectivamente, se produjo y que te recordó aquellos otros que se daban en la Plaza de Oriente y en los que personas enfervorecidas (algunas de ellas pagadas), ondeando banderitas con la bandera no constitucional, vitoreaban a Franco, que les saludaba desde un balcón del Palacio de Oriente, brazo en alto, al son del archiconocido «¡Españoles todos!». Los mecanismos que utilizan los dictadores o los que están próximos a serlo son siempre idénticos. Cambian los colores, las formas, pero no los métodos.

¿Qué hay, pues, tras esa pseudo amenaza de dimisión? Probablemente    humo. Un acto cesarista. Un panem et circenses impropio de un partido tan importante para nuestra historia como el PSOE. Un PSOE que cada vez es menos PSOE… O eso o que existe algo que ha de ocultarse sí o sí…

No sabes qué decidirá Sánchez el lunes. De hecho redactas este artículo el domingo 28. Pero casi toda España parece tenerlo claro: continuará o se someterá a una moción de confianza ganada de antemano gracias a sus amistades peligrosas. No habrá cita electoral. Henchido de orgullo y crecido por las voces de la clac, permanecerá anclado a su poltrona y a sus intereses, los suyos, que no los vuestros… Y, de postre, una llamada de atención a sus socios de gobierno: no me apretéis mucho las clavijas que un día de estos os dejo en la estacada…

Mientras, quien medita, pero de verdad, es el autónomo que no llega a fin de mes; el jubilado que tampoco llega; la familia de un enfermo de ELA; el parado; el joven que no encuentra un puesto digno de trabajo; el médico que tras diez años de estudios apenas logra alcanzar los dos mil euros de paga o la cajera de la esquina que únicamente llega a los ochocientos… Y ya puestos a reflexionar tal vez sería conveniente preguntarse dónde están esos hombres de estado, que no políticos. Los que anteponían el interés general al particular. Los que se aplicaban el famoso aserto atribuido a Otto von Bismarck: «El político piensa en las próximas elecciones; el estadista, en la próxima generación». Pues eso…