Tras la aciaga noche electoral de la izquierda a la izquierda del PSOE, salvada únicamente porque España no aplica los porcentajes de voto mínimos que recomienda la Unión Europea -de lo contrario, estaríamos hablando de fuerzas extraparlamentarias-, Yolanda Díaz dimitió como cabeza visible de Sumar, sin aclarar si se refería a la primigenia coalición de partidos o a la formación política del mismo nombre que la gallega creó pensando que iba a conseguir aglutinar los restos dispersos de lo que queda del comunismo español, desintegrando, de paso, a Podemos y a sus archienemigos Irene Montero y Pablo Iglesias.
Solo un día después, el martes, la vicepresidenta anunció, usando la tercera persona como si se estuviera refiriendo a un ente ajeno, que «Yolanda Díaz no se va» y que nos quedemos todos tranquilos. Vaya por Dios, yo que ya me había quedado tranquilo precisamente al conocer su, a la postre, interrupta dimissio, resulta que va y ‘desdimite', al más puro estilo Xavi. Por cierto, todos sabemos cómo ha acabado la ‘desdimisión' del exentrenador del Barça. En ocasiones, cuando alguien ‘desdimite', los suyos van y lo echan.
Tras la reculada de Díaz puede esconderse el pánico de sus acólitos a perder las prebendas inherentes a formar parte del Consejo de Ministros, o incluso una llamada de Pedro Sánchez, que bastante faena acumula ya intentando salvar de la Justicia y de la prensa libre a su esposa y a su hermano, como para que Yolanda le meta en más problemas. Por cierto, no quisiera yo ser pariente del presidente del Gobierno, ni siquiera lejano.
Pero no solo la ultraizquierda ha fracasado en estos comicios, también a la derecha a la derecha del PP le ha salido un forúnculo llamado Alvise Pérez que, con un diagnóstico de la realidad parecido al de Vox, propone, en cambio, soluciones mucho más extremas y fantasiosas, que ya es decir. De modo que en España tenemos ya partidos de centroderecha, de extrema derecha y hasta de ultraderecha.
Por experiencias anteriores sabemos que las elecciones europeas son campo abonado para mostrar la indignación otorgando el voto a quien más antagónico se revele con respecto a quienes gobiernan. En gran parte, este fenómeno se alimenta de la total ignorancia del pueblo llano, que desconoce qué está votando y para qué demonios sirve el Parlamento Europeo, algo a lo que sin duda contribuyen los partidos patrios con sus campañas en clave nacional.
Ahora bien, no convendría precipitarse y comparar sin más a Alvise Pérez con José María Ruiz Mateos y su candidatura oportunista, porque, sin ir más lejos, Podemos cuajó precisamente en unas elecciones europeas y, tras aquello, a punto estuvo de fagocitar al PSOE, aunque ahora eso nos parezca muy lejano.
Fragmentar aún más el espacio de la derecha es un despropósito que únicamente sirve a los intereses de Sánchez y de la izquierda de conservar el poder a todo trance. Esperemos, pues, que la efervescencia de esta derecha radical sea solo eso y que en las próximas elecciones generales pueda volver cada voto al lugar que le corresponde, desterrando experimentos ultras de salvapatrias diversos.
Mientras tanto, Alberto Núñez Feijóo prosigue con éxito su carrera de fondo, multiplicando por tres la diferencia de votos con los socialistas.