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La inmoralidad

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Vivimos tal degradación de las instituciones y valores democráticos en España que el gobierno y los grupos que lo sustentan piensan que indultos, amnistía, sentencias a la carta del Tribunal Constitucional y dudosas reformas legales son suficientes para convertir lo inmoral en éticamente admisible.

Un presidente cuyos familiares más próximos están siendo investigados por hechos que podrían constituir graves delitos de corrupción no se ha dignado hasta la fecha siquiera a dar una explicación a esas sospechosas actividades entre personas de su entorno, incluso aunque en alguno de esos oscuros episodios fue testigo de excepción. Y, como muestra palmaria de su amor a la verdad y a la transparencia, pretende acogerse ahora a una perrogativa administrativa que establece la posibilidad de que los cargos públicos puedan evacuar su interrogatorio por escrito, con tal de no dar, una vez más, la cara. Obviamente, Pedro Sánchez no va a redactar ni una sola línea de esas respuestas al interrogatorio, si es que llega a producirse, pues sin duda lo hará con precisión quirúrgica el equipo jurídico que le rodea, lo que prostituye por completo el valor de esa declaración.

Sea como fuere, la izquierda de este país está alcanzando unas cotas de tolerancia a su propia corrupción -véase, si no, el caso de los ERE andaluces- que la sitúa en la absoluta marginalidad democrática y la homologa con regímenes totalitarios de su cuerda. Aunque vistan de seda y camuflen con un vergonzoso perdón legal estas actividades, jamás podrán convertirlas en moralmente aceptables.

Igual de inmoral es la actitud del presidente del gobierno para con la primera autoridad de Balears, la presidenta Marga Prohens, a la que ignora y, con ella, a todos los ciudadanos de la comunidad, como si las islas hubieran dejado de ser territorio español tras la defenestración electoral de Francina Armengol. Sospecho que tras este indecente sectarismo está, naturalmente, el vano intento de minusvalorarla y tratar de mantener políticamente vivos a la inquera y a sus mediocres sucesores en el PSIB, aunque sea con respiración asistida.

Hablando de sucesores, GOB y resto de corifeos del Pacte, otra inmoralidad -aunque de menor rango- la constituye el supino cinismo de personajes como Iago Negueruela, Mercedes Garrido o nuestro ignoto senador, Pere J. Pons, de manifestarse en contra de la saturación turística y demográfica que bien se cuidaron de alimentar a lo largo de dos legislaturas y que incluso aún promueven sin rubor alguno desde empresas estatales comandadas por socialistas como es el caso de AENA, que quiere hacer pasar muchos más millones de pasajeros por nuestro aeropuerto para «mejorarles su experiencia» y cargarlos con licor y cartones de tabaco, o Puertos del Estado, que se lucra a espuertas con los cruceros, cuyos pasajeros tienen como tope de gasto comprar el imán made in China de una flamenca en un souvenir de Palma.

Me pregunto por qué el senador Pons -cuya actividad parlamentaria tiende cero- o la ecologista Margalida Ramis no se manifiestan frente a la Delegación del Gobierno de Alfonso Rodríguez o ante las sedes aeroportuaria y portuaria para trasladar al gobierno su sentida indignación por la saturación turística.

De cemento armado la tienen.

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