Durante mucho tiempo, diría desde hace décadas, políticos, sindicalistas, ecologistas y empresarios coincidían sorprendentemente con el mismo mensaje: el futuro de Balears debía pasar por el turismo de calidad. El objetivo, decían, era transformar los hoteles para que llegasen turistas con mayor poder adquisitivo y evitar la llegada de visitantes que no aportaban valor añadido a la economía balear, lo que llamaban «turistas de alpargata». Realmente es destacable el esfuerzo que han realizado los hoteleros de Balears en mejorar sus establecimientos, incluso en plena pandemia. De hecho, los hoteles de 3 estrellas van desapareciendo poco a poco para dar paso a hoteles de 4 y 5 estrellas. Alojarse en establecimientos hoteleros de Balears se convierte en muchas ocasiones en una experiencia más del viaje, algo que no ocurre en otros países europeos donde predomina la mediocridad.
Pues bien, lo lógico es que el turismo de calidad haya convertido a Balears en un destino caro y, por lógica, los precios aumentan de forma considerable. Dormir por menos de 100 o 150 euros la noche es realmente una misión casi imposible ahora mismo en las Islas a no ser que se opte por una habitación compartida. Lo que no nos advirtieron todos los que apostaban por el turismo de calidad durante años es que el destino experimentaría un incremento de precios, no solo para los turistas, sino también para los residentes. Vivimos pues en un destino caro y los precios pueden subir aún más. Alquilar una vivienda es caro, acudir a un restaurante, y la situación solo puede ir a peor. Por lo tanto, tenemos lo que hemos exigido durante años, de forma insistente, sin tener en cuenta los aspectos negativos de convertir Balears en un destino casi de lujo, con hoteles de calidad, y turistas con gran poder adquisitivo. Si vivimos la masificación como destino de calidad, imaginen qué pasaría si continuáramos con el turismo de alpargata.