A ver, te lo explico para que no haya dudas. Todo forma parte de un maravilloso plan. Mientras la gran mayoría nos pensábamos que Puigdemont estaba exiliado en una mansión rascándose la nariz, aburrido, consumiendo series y viviendo de la sopa boba, en realidad estaba trazando un plan mientras entrenaba para convertirse en el más sofisticado ninja que jamás ha existido. Una máquina infalible para moverse sin ser detectado en el peor de los entornos, mucho más letal que cualquier cuerpo o cuerpa de seguridad del Estado. Un ‘fakin' maestro del engaño. Como se ha demostrado.
Resulta curioso que el Estado, o la adjudicataria pertinente, sea capaz de detectar si entre mis cubos de basura reciclada que al parecer acaba mezclada con todo según algún vídeo publicado, hay algún plástico los días del cartón y me pueda llamar para reñirme, pero sea incapaz de detectar a un fugado de la justicia que no solo viaja desde Francia hasta el centro de Barcelona, sino que te avisa con sorna y te dice que va a presentarse en la Ciudad Condal, entre el top3 de las ciudades más importantes del reino de España, y a muchos se le quede cara de tonto.
¿Me pillas, no? Este teatrillo apesta de por todos los lados. No creo que Puigdemont sea un súper ninja ni un súper nada, lo que pasa es que el magnánime jefe supremo de nuestro país, el esposo de Begoña, le habrá dado carta blanca para que, otra vez, haga literalmente lo que le salga de aquello que bota aunque le deje en evidencia -una vez más- y se convierta en un chiste andante -otro más-.
Tenemos lo que nos merecemos. Y nos lo hemos ganado a pulso. O en las urnas. A una colección de mentirosos sin pudor, egoístas que solo piensan en lo suyo.
¿Y dónde puede estar Puigdemont? Pues si a estas alturas todavía no lo han encontrado, yo buscaría en La Moncloa. Es más, no lo buscaría en la habitación de invitados porque lo mismo se ha pedido la suite del señor presidente para consagrar la humillación de forma completa enviando a Pedro y a Begoña a dormir al sofá. «Por amor y por el bien del país», lo habrá intentado justificar el bueno del doctor Pedro a la doctora Begoña Gómez con la mejor de sus sonrisas.
Mientras tanto, una vez más hemos hecho el ridículo, con la diferencia de que si te paras en seco a pensarlo te entran más ganas de llorar que de reír.