En este ensayo expondré el interés de Campomanes en conocer y destacar las instituciones económico-sociales establecidas por los ingleses en Menorca e inspirarse en ellas para mejor organizar el gobierno de la Isla, una vez recuperada esta para la corona de España. En este empeño refleja su pensamiento librecambista en el comercio, principalmente mediterráneo, pero también ultramarino. Muestra también su preciso conocimiento de los mecanismos monetarios, análogos a los de la vanguardia monetarista de su época, refrendado, a su vez, en su análisis histórico-económico de la República de Cartago, práctica en economía monetaria del comercio marítimo.
Campomanes deduce la necesidad de imitar el método británico «mediante el cual puede la España aspirar a extender y dilatar su comercio por todo el Mediterráneo»; reconoce que las riberas mediterráneas son las más fértiles de España, con mayor capacidad de exportar sus frutos, lo cual facilitaría un intercambio más beneficioso con Marsella, Liorna y Malta. Contrasta, a su vez, con el gran duque de Toscana y sus utilidades del puerto franco de Liorna, que, en todo, es muy inferior a «Porto-Mahón», «ni seguridad y abrigo del Norte, exigiendo igualmente un dos por ciento de entrada a salida, mayor producto que el resto del Estado de Toscana».
Seguidamente, Campomanes hace un inventario, con detalle, de las innovaciones británicas dentro del puerto de Mahón: 1) el Arsenal; 2) careneros, habiendo 22 parajes en que poder carenar a un tiempo 22 navíos de guerra; 3) tinglados, para poder guardar la madera de la construcción y demás pertrechos navales; 4) puestos para hacer aguada a bordo; 5) hospital dentro de la Isla de la Sangre; y 6) lazaretos para cuarentena en otras islas situadas dentro del mismo puerto.
Concebía el ilustre asturiano, igual comodidad para almacenes a la lengua del agua en la villa de Mahón y en San Felipe; y añadía que era previsible bajo la dominación española, fuese «fomentada también la agricultura de la Isla». En consecuencia, afirma Campomanes, «deben aprovecharse los costes ingleses destinados a la construcción de edificios militares, marítimos y mercantiles»; y deben conservarse, «haciendo de ellos el uso que les conviene para que no decaigan y se arruinen, lo que podría ocurrir -añade- de no conservarse el comercio y la marina del puerto, con rigor»; y señala que se emplee a «aquellos naturales en el tráfico y navegación». Y concluía a tal efecto «parece conveniente que Puerto Mahón sea uno de los habilitados para el comercio de Indias, como lo es Palma de Mallorca». Campomanes escribía estos asertos alrededor de 1782; poco años después, la historia le daría la razón en extremos positivos que vaticinaba para la Isla, particularmente en Mahón y su puerto.
Como experto monetarista, escribe que las ganancias monetarias que obtenían los ingleses con el comercio mediterráneo atraído a Mahón, sería conveniente se subrogara, que llevaría a Mahón muchos frutos y los de Indias; así como recibir materias primas y otros géneros de Turquía, Egipto, África e islas del Egeo. En definitiva, los españoles debían lograr un tráfico igual al de Marsella, Liorna y al de Malta, «que son tres escalas considerables, más por el favor del gobierno que por la posición natural» (p. 20).
Para lograr dichos fines, convendría, señala Campomanes, tener una «menuda descripción de todos los edificios y reglamentos establecidos por los ingleses en Mahón y de las personas o empleados con que gobernaban»; también observaba que los menorquines «usan el método inglés en sus edificios e instrumentos arquitectónicos, de las artes» y advertía que, a excepción de la lengua y la religión, los menorquines habían adoptado las costumbres inglesas; y, en particular, «habían adquirido el arte de construir naves con mucha perfección». Los mestres d´aixa menorquines, no obstante, eran expertos constructores desde antes de la dominación británica; y tenían atávicas relaciones con los puertos orientales, según me confirmó el fallecido especialista Antonio Truyol Serra, mallorquín y catedrático de la Complutense.
Y finalmente dedica un amplio apartado al diseño y motivaciones de la política exterior de España con el resto de países de la ribera mediterránea, a practicar una vez establecido el dominio de Menorca y alejado de dicho mar el poderío inglés. La cercanía del puerto de Mahón a la costa africana y el gran poder marítimo de España en el Mediterráneo, facilitarían las proposiciones del gobierno, «lo cual era imposible cuando Menorca era inglesa» (p. 21). El genio internacionalista de Campomanes se mostraría, poco después, en los tratados comerciales, particularmente con Argel (1786) impulsando así la construcción del Lazareto en el puerto de Mahón, que llevarían su sello intelectual y político, aunque el ministro de Estado fuese Floridablanca. La incorporación de Barcelona y Málaga, así como de otros puertos españoles al comercio ultramarino, favoreció el mercado de barcos y la fabricación naviera menorquina.
Las negociaciones y tratados de España, que emanarían, sobre todo con los estados árabes, justifican ampliamente la estrategia diplomática y analítica expuesta por el ministro, lo cual podría explicar el fracaso, finalmente, del dominio británico, juzgado críticamente por el historiador inglés Desmond Gregory (1990), y explicativo del abandono británico de la isla y de su marcha a la isla de Malta.