Amigo lector, un año más, te escribo desde Chamonix, un lugar que me parece mágico, a los pies del imponente Mont Blanc, donde llevo trabajando toda la semana y aprovechando los escasos ratos libres para salir a correr por bosques y montañas. Y me apetece compartirte una reflexión sobre el verdadero miedo que comporta adentrarse en un bosque, a raíz de la experiencia propia.
¿Sabes? Es normal tener miedo. Es comprensible. Es incluso adictivo. Lo desconocido nos genera cierta inseguridad que, a su vez, nos empuja a descubrir qué nos espera, qué está por venir, qué nos depara el siguiente capítulo de la vida.
A mí me pone, la verdad, no saber lo que me encontraré en un bosque lleno de niebla mientras el sol va cayendo, la noche avanza imparable, la aventura es más aventura y te empiezas a preguntar qué puñetas haces aquí y a quién querías impresionar. Pero dejas la pasión y la irracionalidad a un lado y ya en frío te recuerdas que estás donde estás porque es lo que te apetecía hacer y que nunca has tenido la necesidad de justificar ni el más pequeño de tus actos y, por lo tanto, lo haces porque te nace desde el centro del corazón, desde esa maldita primera parada que hay entre el punto en el que deseas alcanzar un sueño y lo haces realidad.
El corazón, amigos, es el motor que todo lo mueve y la ilusión, el deseo y la emoción son la maldita gasolina que todo lo puede. Y qué más da que en el bosque te esperen brujas y brujos, el asesino que está de moda o el monstruo que te aterraba en las noches cuando eras pequeño… Adentrarse en el bosque es darle un punto de sal y picante a la vida que transforma la monotonía en algo impresionante. No sabes cuándo vas a salir, ni cómo, y corres el peligro de convertirte en una persona completamente diferente porque, lo siento por el spoiler, las brujas, los asesinos y los monstruos dependen de ti, los llevas contigo, no hay nada de todo eso y a veces sucede que los dejas atrás y se quedan atrapados en ese bosque para que sea otra persona la que les tema.
Porque, para mí, el mayor miedo en un bosque es que no te logre arrancar de la grandísima cantidad de pensamientos prescindibles que te acompañan en tu día a día. Que no logres que toda esa morralla se pierda por el camino mientras tú sales como nuevo, como una persona distinta. Porque si tú sigues siendo tú cuando sales del bosque es que no te has perdido lo suficiente. Ni encontrado, claro.