Recuerdo la primera vez que tuve entre las manos el «Apetite for Destruction», de Guns N’ Roses. Sé que ahora «Sweet Child of Mine» es un hit bailable que no falta en ninguna reunión de cincuentones. Pero estoy hablando de finales de los ochenta. Fue en la habitación de mi amigo Dani. Él acababa de llegar de Inglaterra. Ya solo la portada de aquel álbum me flasheó. Espera a escucharlo, me dijo. A los pocos días ya me sabía de memoria la letra de las doce canciones del disco.
Mi amigo Dani quería ser Slash; yo, Axel Rose. Mi amigo Dani tenía una Fender Stratocaster; yo, la poca vergüenza de plantarme frente a un micrófono para intentar cantar. Un par de años atrás, habíamos compuesto nuestras primeras canciones con una raqueta de tenis. Insistimos con los raquetazos y terminamos formando una banda. Por fortuna, no quedan registros digitales. Ahora ya somos unos carrozas repletos de batallitas.
Recuerdo que el padre de Dani, viendo que su hijo persistía en sus sueños roqueros, le explicó que en la vida era importante priorizar. Y eso hicimos. No nos fue tan mal. Tenemos nuestras batallas ganadas y un buen puñado de recuerdos entrañables. Ahora, los sueños de gloria se han transformado en sueños de comodidad.