Háganme el favor (y el ejercicio) de darse cuenta de una cosa: ahora mismo, el noventa por ciento de lectores de esta columna (y creo que me quedo corto) ya saben exactamente de lo que voy a hablar. Cierto, yo cuento con una muy cimentada fama de ser tremendamente aficionado a los asuntos del rijo y el refocile, pero aún así, solo con ese escueto titular, ya lo tenemos: vamos a referirnos a una cadena de supermercados que o bien ha puesto en marcha o bien ha sido víctima (¿víctima?) de un bulo en las redes sociales donde se aseguraba que se había habilitado una hora al día para ligar en sus establecimientos, la cual estaba marcada por el hecho de que el comprador o compradora llevase una piña en su carrito, para poder indicar así su correspondiente disponibilidad.
El caso es que este asunto, que tiene todas las trazas de haber sido una (muy hábil) maniobra publicitaria, le ha salido redonda a quien la haya pensado, porque si bien al principio se referían a una posibilidad inexistente, ahora son muchos y muchas quienes han ido probando el asunto de convertir las piñas en Eros cual transmutación milagrosa que recuerda a la del agua en vino. ¿Conclusiones del tema? Que las piñas están muy buenas en sí mismas y que, como bien dice una de mis muy preciosas compañías femeninas, mañana alguien pensará que sería una gran idea llevar un excremento de perro sobre la cabeza y acto seguido empezaremos a ser testigos directos del suceso, por improbable que pueda parecer. Pues sí, puede pasar.