Probablemente todos somos por defecto turistas de nuestra propia vida, de ahí que los que viajan para encontrarse a sí mismos, siempre acaban encontrando un turista. El turista interior, equivalente al superyó freudiano. De ahí también que a todos nos guste mucho hacer turismo, pero nos irrita que lo hagan los demás, porque un turista puede ser hasta simpático, pero muchísimos no. Sobre todo si ya residimos permanentemente en uno de los llamados destinos turísticos (ah, el destino), y de los más notables del planeta. Pero puesto que las raíces de la turismofobia son las mismas que las de la turismofilia, fenómeno muy frecuente en los conflictos humanos irresolubles, ya puedo adelantarles que jamás encontraremos el equilibrio turístico que contente a todos, turistas incluidos.
Al contrario, el problema turístico nunca dejará de aumentar (no existe un número ideal de turistas), porque salvo hecatombe global, la cifra total de turistas crece con la población mundial. Y naturalmente, también las abundantes modalidades de turismo. Cultural, de aventuras, de riesgo, de borrachera, digital para subir fotos, de playa, de catástrofes (sí, también hay), sexual, de urgencia, etc. Hasta turismo espacial para millonarios tenemos ahora, y en cuanto alguien invente la máquina del tiempo con ayuda de la IA, seguro que tendremos turismo temporal, o espaciotemporal. Gente deseosa de cazar mamuts y megaterios, dinosaurios si te alcanza el presupuesto, establecer relaciones sentimentales con Helena de Troya o presenciar in situ la batalla de las Termópilas. Yo vine a Mallorca hace 50 años, decidido a ser un turista toda mi vida, pero sin necesidad de moverme del sitio. Y en esas estoy todavía, más feliz que una perdiz, fusionando el afán turístico con el sedentarismo extremo, paradoja vital en la que soy pionero. No, ni loco vine buscándome a mí mismo, porque a quién le interesa conocer otro turista? Total, todos somos iguales, y nuestro destino, inevitablemente turístico. Comprendo que este tema sea la comidilla del día de cada día, y que se formen bandos muy enfrentados de turismófilos y turismófobos, pero es hablar por hablar. El turismo es un fenómeno ontológico. Inmanente.