Mi padre era un artista, un intelectual. Y sin embargo tuvo que trabajar toda la vida en asuntos de otra naturaleza porque sabía que sacar adelante a una familia a base de dibujar cómics o dirigir películas era una quimera. Su mundo, la pintura, la escritura, el estudio de lenguas muertas, la investigación… se redujo al ámbito del hobby, presionado por su mujer, que era la que veía con temor cómo subían mes a mes las facturas de una familia numerosa. He recordado esto al saber de MGTOW, una organización facha que tiene por objetivo «inculcar la masculinidad en los hombres y la feminidad en las mujeres. Al inculcar la masculinidad en los hombres, hacemos que los hombres sean autosuficientes, orgullosos e independientes. Al inculcar la feminidad en las mujeres, las hacemos atentas, solidarias y responsables». Muy años cincuenta. O cavernícola, directamente. Y está muy bien. Todas las ideas son buenas si funcionan y no dañan a nadie. Pero, ay, resulta que la masculinidad en los hombres implica hacer lo que hizo mi padre durante toda su vida: cuidar a su familia a base de sacrificarse él y sus ambiciones. Es lo que llevo haciendo yo durante casi cuarenta años. ¿Eso me hace menos femenina? Seguramente. Pero el problema es que ya no existen hombres así, capaces de sacrificarlo todo por su familia. No sé si son más o menos masculinos, lo que sí sé es que se tienen en primer lugar a sí mismos, sus aficiones, sus gustos, sus intereses. Incluso su familia de origen. Y ninguno (o casi) se plantea monopolizar el papel de proveedor y dejar que su mujercita cuide del hogar, cocine y enseñe buenos modales a sus niños. Eso no existe. Murió hace medio siglo. Para bien o para mal, el mundo es otro.
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