Pues resulta que el otro día, yendo tranquilamente en la Vespa a la buena de Dios, experimenté de pronto los primeros signos (síntomas) de vejez propia, lo que a mi edad tiene su mérito. Si noté algo antes, aparte de los lógicos achaques y pérdida de facultades físicas, no me había fijado. Hasta que ese día me fijé, y precisamente porque me sorprendí fijándome mucho en la conducción. El caso es que por primera vez en mi vida, y llevo toda la vida en motocicleta, era perfectamente consciente de avanzar montado en una Vespa por Avenidas, con el intenso tráfico que es de suponer. Esto no me había pasado jamás, ya que yo en motocicleta nunca pienso que voy en motocicleta, simplemente lo hago. Igual que Lawrence de Arabia o Gregory Peck en Vacaciones en Roma. Es como cuando jugaba al fútbol. Si te pones a pensar qué hacer con la pelota, te quedas sin pelota. Estás acabado. La Vespa es un vehículo automático y se conduce automáticamente, pensando en tus asuntos. Incluso debo haber escrito centenares de artículos en trayectos de motocicleta, aprovechando que el viento en la cara está cargado de ideas. El viento las trae y el viento se las lleva, así funciona el mundo. Y de pronto, llega un momento en el que eres plenamente consciente de que vas a toda pastilla sobre dos ruedas, algo muy poco natural, y te pasan zumbando autobuses a un metro de distancia. Lo que no tiene nada de particular, salvo el hecho imprevisto de que te des cuenta. El primer signo de senilidad, en efecto. Con razón decía Bette Davis que envejecer no es para blandengues. Implica ser consciente de cosas que no hace ninguna falta ser consciente, o no tanto ni todo el tiempo. El propio cuerpo, por ejemplo. Así pues, la vejez no tiene que ver con la sabiduría, sino con la consciencia. Vaya confusión. ¿He dejado de ir en Vespa desde ese día? Para nada. Primero quise averiguar si había sido un mal día o un fenómeno permanente. No fue un mal día. Parece que ahora voy a tener que cargar con ese exceso de consciencia a modo de sobrepeso, menudo engorro. Así que envejecer era eso. Pues no sé si vale la pena, francamente. No se lo recomiendo a nadie. No lo hagan en sus casas. Trae quebraderos de cabeza.
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