El tiempo es relativo. Ya lo sabrás porque es de conocimiento público o porque me lo habrás leído alguna vez. Una hora dura sesenta minutos y cada minuto dura sesenta segundos, eso es innegable y, tranquilo, no voy a hacerte saltar por los aires algo tan simple. Pero, y ahora viene lo bueno, no todas las horas, los minutos y los segundos nos llenan igual. No nos parece que dure lo mismo una canción de un estilo que nos apasiona que otra de una tendencia que aborrecemos.
El tiempo, además de relativo, es efímero. A veces durando mucho parece que dura poco y otras, durando poco, parece que ha durado muchísimo. La belleza de una rosa, en su máximo esplendor, dura poco comparado con lo que nos aporta. Y mucho menos, todavía, si las cortamos y las regalamos. Pero unas rosas que se regalan en el momento preciso, cuando el alma que las recibe más las necesita, pueden durar para siempre, por mucho que se acaben marchitando igual que el resto.
Un castillo de arena, en cualquier playa, tiene una esperanza de vida muy ligada a las mareas y a su ubicación con respecto a la proximidad de la orilla. Si la mar lo permite puede durar un puñado de horas, quién sabe si incluso una noche o, si pasa un barco muy rápido que genera una gran ola, un ratito de nada, con el consiguiente cabreo que conlleva para el ingeniero o ingenieros que lo construyen.
Pero ese mismo castillo, aunque su arena se diluya, puede durar toda una vida si se convierte en un recuerdo único, si las manos que lo construyen son, por ejemplo, las de papá y mamá y, o las de los abuelos, para unos niños que todavía no saben cómo funciona la vida. O al revés, si son las manos de esos pequeños las que lo moldean para tratar de impresionar a los adultos. Ese recuerdo precioso de un día de playa perfecto vale muchísimo más que el castillo real más caro.
El tiempo es relativo, sí. Quizás demasiado relativo. A lo mejor tardas 5 minutos en comer tu plato preferido pero el sabor lo recuerdas para toda la vida. O ese último beso, al que quizás no le das más importancia pensando que habrá más oportunidades, dura apenas un suspiro y resulta que acaba siendo el de despedida, y que quizás duró un suspiro y lo recordarás para toda la vida.
Lo relativo es lo que hacemos con el tiempo porque, a fin de cuentas, todos las horas tienen sesenta minutos y todos los minutos tienen sesenta segundos.