Nunca he consultado «El libro Guinness de los récords». No le veo el menor interés a saber quién ha preparado la paella más grande o se ha comido más hamburguesas sin vomitar. Por eso no sé si ese libro contiene récords en negativo o solo los que son un mérito para quien los consigue.
En Menorca es posible que este año volvamos a batir el récord de turistas. De entrada, si se publica solo el dato, prescindiendo del entorno, se puede interpretar como algo positivo. Récord de turistas es igual a mayor actividad económica. Pero, creo, que ya sabemos que no es así, porque un crecimiento sin control del número de turistas tiene un efecto negativo sobre la calidad de vida de los menorquines. En eso, el turismo y la inmigración tienen aspectos en común. Conviene entonces aplicar la fórmula de que más turistas sin control genera más problemas para los residentes.
Es verdad que Menorca no es Mallorca ni Eivissa. De eso hace años que presumimos. Esta diferencia da pie a que desde el sector hotelero o desde el Consell haya voces que aseguran que Menorca no sufre la masificación turística, como si esta idea de la masificación fuera un invento de «la izquierda», como lo son, para algunos, el cambio climático o la lucha feminista.
Es verdad que Menorca no es Eivissa pero se le va pareciendo, al menos en algunas de las consecuencias. Tres ejemplos: el incremento de los precios de las viviendas y la subida de los alquileres, que incluso provoca que los necesarios trabajadores de fuera de la industria turística no tengan donde vivir. Dos: los precios de los menús de los restaurantes se han disparado, lo que expulsa a una parte de la clientela local. Y tres: el cambio de propiedad del campo, con la terciarización, lo que un día hará más difícil ir a buscar esclata-sangs, espárragos o caracoles.
Creo que habría que responder a la pregunta de si hay que esperar a una mayor masificación para tomar medidas, o hay que tomarlas ya para prevenir que nuestro modelo se parezca a Eivissa.