La noche del 23 de julio de 1942 Honorat Trias Gama y su hijo Jaume llevaban seis años escondidos en la Serra de Tramuntana. Les llamaban los Norats y el régimen franquista los perseguía solo por ser comunistas. Malvivían en cuevas, cazaban y caminaban como fantasmas en la montaña, de aquí para allá, esperando y desesperando una liberación del país. Aquella noche de verano bajaron la guardia mientras cruzaban la finca de Es Cabàs —la mayor de Santa Maria, propiedad de la familia Salas— y una escopeta les cortó el paso. Era el hijo del guardés, un chaval de solo 17 años llamado Sebastià Capó Massot. Tras un intercambio de palabras, sonaron dos disparos y el joven cayó muerto con dos cartuchos en el cuerpo. Los Norats huyeron y nunca se les acusó de nada. Otro vecino del pueblo cargaría injustamente con aquel crimen y pasaría el resto de su vida entre cárceles y psiquiátricos con depresión profunda.
Aquel vecino se llamaba Martí Tramullas Comas y era un humilde campesino de Santa Maria que se acababa de casar y tener una hija. Una serie de casualidades le llevaron a ser condenado: ser cazador furtivo, llevarse mal con la familia de la víctima y esconder una escopeta del mismo calibre. Uno de los médicos dijo que «tenía una cultura relativamente baja, pero que no le exime de responsabilidad». Su abogado alegó que no existía prueba alguna contra él y que era «un débil mental». Como concluye el historiador Mateu Morro, no se respetó su presunción de inocencia.
LA JUSTICIA FRANQUISTA ni siquiera se acordó de aquellos dos izquierdistas huidos hacía años. Los Norats siguieron escondidos siete años más aunque hacía tiempo que ya no les buscaban. En 1949, cuando cumplieron 13 años en las montañas, escaparon en un barco hasta Argel. Después se establecieron en Ibiza y solo confesarían el crimen en privado en el epílogo de su vida. Su versión aparece en los libros Muntanyes de coanegra y Els Norats, de Mateu Morro. Alegaban que Sebastià era falangista y que les encañonó bajo amenazas. Ellos le intentaron convencer pero que acabó apretando el gatillo y tuvieron que responder. Su versión no encaja con la autopsia, que reveló que Sebastià recibió dos disparos, el último ya en el suelo.
EL OTRO DÍA ME REUNÍ con una descendiente de aquel hombre inocente. Me pidió omitir su nombre pero sí se atrevió a opinar sobre el tema: «Para mí, Martí Tramullas representa al ciudadano sin afinidades políticas, ni padrinos, ni capacidad económica. Se le puede agredir desde los dos bandos sin que nadie le defienda entonces, ni le recuerde ahora. Puede perder su libertad, ver comprometidos su honor, su salud mental, su familia… y no pasa nada».
Pocas víctimas han sido tan homenajeadas como los Norats. Tienen una piedra, libros, múltiples reportajes, un documental donde silencian el homicidio y una serie donde dibujan a Sebastià como un cobarde obsesionado con los fugados. IB3 decidió adelantar el último capítulo de la serie hace dos semanas y un mal titular llevó a entender que no se emitiría. El bulo funcionó a la perfección: todos los grupos de izquierda incendiaron las redes denunciando la «censura». Hasta la web de la Federación de Sindicatos de Periodistas publicó una noticia con la mentira. Y ahí sigue, sin rectificar.