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El Papa Francisco y la reconstrucción del nosotros

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El Papa Francisco, un hombre considerado como una de las voces morales más influyentes del siglo XXI, recibió en el Vaticano al presidente del Gobierno de España en octubre de 2020. Tras una reunión a puerta cerrada que se prolongó durante treinta y cinco minutos, el Papa ofreció un mensaje grabado que, lejos de lo protocolario, resonó con una profundidad que merece atención.

Sinceramente, conociendo a este Papa, su pensamiento humanista y su mirada social sobre los desafíos contemporáneos, lo que dijo ante las cámaras me parece un mensaje fundamental para nuestro país y nuestra sociedad.

En su breve pero intensa intervención, el Papa se dirigió a Pedro Sánchez con palabras que trascienden la coyuntura política. Habló de «País», de «Nación» y de «Patria». Palabras que suelen usarse como si fueran sinónimos, pero que en boca del pontífice adquirieron matices distintos y complementarios. Reconoció la dificultad del trabajo del presidente, pero lo instó a una tarea mayor: «construir la Patria, con todos». Y añadió: «No es un borrón y cuenta nueva. El legado de los antepasados que construyeron una Nación son las raíces del País».

Estas palabras no son solo retóricas. Son una apelación directa a una visión integradora de España, una que no parte de fracturas ni negaciones, sino de reconocimientos y continuidades. En tiempos donde el relato político se ve a menudo atrapado en trincheras ideológicas, el Papa propuso una noción de Patria como espacio compartido, donde nadie sobra y donde las raíces no se cortan, sino que se nutren.

Hablar de Patria en estos tiempos no es fácil. Para algunos, es una palabra cargada de pasado; para otros, una trinchera. Pero Francisco nos recuerda que una Patria no es una idea cerrada, sino una construcción común. Que la Nación no es una propiedad, sino un legado. Y que el País no es solo un mapa, sino una comunidad viva, hecha de memorias, luchas y esperanzas.

España, como muchas otras democracias maduras, atraviesa momentos de división interna. La polarización ha calado hondo en el debate público y en las relaciones personales. Las redes sociales magnifican las diferencias y reducen los matices, mientras que el discurso político, a menudo acelerado y reactivo, olvida que hay un tejido social que necesita cuidado y escucha. En este contexto, las palabras del Papa resuenan como un bálsamo y un recordatorio: construir una Patria no es ganar una batalla ideológica, sino tejer puentes donde antes hubo muros.

Nuestra historia reciente no ha estado exenta de heridas, pero también ha demostrado una extraordinaria capacidad de reconstrucción. La Transición española fue ejemplo de entendimiento, de renuncias compartidas y de un compromiso por convivir. Tal vez hoy, ante una nueva etapa de incertidumbre global —crisis climática, desigualdades crecientes, conflictos internacionales, transformaciones tecnológicas— debamos volver a mirar ese espíritu de pacto, de escucha y de horizonte común.

El mensaje del Papa no es ingenuo. No propone uniformidad ni olvido. Propone algo mucho más difícil y necesario: unidad en la diversidad. Una unidad que no borra identidades, pero las armoniza; que no impone, pero propone. En un mundo cada vez más fragmentado, es urgente que recuperemos la capacidad de reconocernos en el otro, de pensar juntos el futuro, de construir una Patria que no sea patrimonio de unos pocos, sino casa de todos.

Más allá de la política inmediata, el mensaje del Papa es una invitación a repensar lo que somos, lo que compartimos y lo que queremos construir juntos. No es poco.

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