Primero fueron los juicios sobre el pontificado de Francisco; después, las descripciones e imágenes de la imponente despedida que congregó a más personalidades y multitudes que la protagonizada por la reina de Inglaterra y al final tenía que llegar el momento en que los cardenales se reunieran para proceder a la elección del sucesor. Si las aportaciones de Francisco han sido calificadas en líneas generales con generosidad y los actos para fraguar el último adiós han tenido un realce superlativo, con una impecable estética cinematográfica, lo que ha primado en la preparación del cónclave, de puertas afuera, ha sido la indagación sobre las tendencias y los desencuentros de los electores, lo que algunos han magnificado hasta extremos impensables. Periodistas que nunca se habían asomado a las realidades eclesiales han estado hurgando con desenvoltura con el fin de encontrar recovecos y discrepancias que alimenten el morbo y amplifiquen el espectáculo, lo único que les interesaba.
Que hay diferentes líneas de pensamiento y de actuación en la cúpula de la Iglesia es evidente, pero no es ninguna novedad. Existen, han existido y continuarán presentes en su devenir. Con tal de que no se llegue a la herejía o al cisma (que por desgracia han brotado en todas las épocas), nadie conseguirá que se extinga esta diversidad, de la misma manera que nos la encontramos en la política y hasta en la vida corriente, donde los caminos que se abren ante los mortales son innumerables y divergentes. Solo hay que asistir a la reunión de una comunidad de vecinos para caer en la cuenta de las tórridas peleas en las que se enzarzan los presentes sobre cuestiones baladíes, como pueden ser las bajantes hacia el alcantarillado o el tipo de cerraduras para la puerta de la calle.
Abran cualquier manual de historia de la Iglesia y vayan pasando páginas. Empiecen por el concilio de Jerusalén (hacia el año cincuenta de nuestra era). Algo que para algunos resultará risible, como es si debía imponerse a los gentiles la obligación de ser circuncidados, lo que constituía una exigencia ineludible para los judíos, fue motivo de una agria controversia. Prácticamente no hay ningún siglo sin su correspondiente concilio: en ellos se dilucidaban puntos de disciplina eclesiástica, se corregían groseros abusos, se plantaba cara a las autoridades civiles que querían dominar o se hacía frente a quienes arrimaban el ascua a su sardina para obtener beneficios económicos, que de todo ello podemos encontrar abundantes muestras, pero sobre todo se discutían con saña cuestiones doctrinales, sobre las que no era fácil que los convocados se pusieran de acuerdo. En algunas ocasiones hubo más que palabras y, por supuesto, derivaron con frecuencia a que grupos más o menos compactos se apartaran del sentir mejor fundado. Después de tantas históricas discusiones, más que agrias, sobre aspectos esenciales de la teología, ¿se van a tirar de los pelos sobre si les está permitido comulgar a los divorciados o impedir que las mujeres accedan al diaconado?
Una cita para concluir: «Ha llegado a mis oídos que cuando os reunís en asamblea hay entre vosotros divisiones. Y en parte lo creo, pues hasta es conveniente que haya disensiones entre vosotros para que salgan a la luz los auténticos cristianos». No lo escribió un provocador o un conformista, sino el propio San Pablo en la primera carta que dirigió a los fieles de la ciudad griega de Corinto (11, 18-19). Con todas las discrepancias que se quiera, dejen que el nuevo papa, León XIV, asuma su papel con lucidez y obre en conciencia.
... la diversidad de opiniones de cómo encarar el hecho religioso, las divisiones de criterio, los cismas, herejías y las miriadas de diferentes corrientes de cada religión, atomizadas luego en otras miriadas de sectas, no hace sino confirmar eso del patio de vecinos, que no hay verdades absolutas, que todo es INVENTADO y susceptible de interpretación... las creencias religiosas no son sino un ENORME bulo que debe ser evidenciado, señalado con el dedo y RELATIVIZADO... todo en aras de nuestra salud mental y bienestar como sociedad humana...