Con una frivolidad obscena, desde la administración estadounidense se planteó el futuro de Gaza como un gran espacio turístico. Un área objeto de negocio económico inmobiliario. El tema, conocido y que ha generado ríos de tinta, no debe olvidarse. Como tampoco se debe hacer con lo que está aconteciendo en Gaza, al margen de esa estrafalaria ocurrencia: día sí y otro también, las pretensiones del gobierno de Israel es hacerse con la Franja y expulsar de su territorio a sus habitantes, condenados a vagar sin rumbo alguno. Perseguidos, bombardeados, una población inerme está sufriendo un genocidio, un verdadero holocausto en el que las declaraciones de algunos supervivientes señalan que prefieren morir por la acción de un misil o un bombardeo antes que por hambre. Testimonios que surgen de padres, madres, junto a sus hijos, impregnados de una seriedad desesperanzada. Porque se está muriendo de hambre, literalmente, en Gaza, tras el reiterado bloqueo del ejército hebreo. Esto está sucediendo a poca distancia de los paraísos turísticos del Mediterráneo, donde nos abstraemos con conspicuos episodios, como los aranceles o los grandes indicadores macroeconómicos.
Cuando se aborda este tema, uno tiene que empezar condenando el criminal atentado de Hamás, que causó la muerte a más de 1.200 colonos judíos. Y así lo hacemos, de manera contundente e inequívoca. Una acción que ha servido para que el sector más extremista del gobierno de Netanyahu tenga el pretexto adecuado para lanzar una campaña, a fuego, bombas y metralla, sobre la población civil de la Franja. Porque la desproporción de la respuesta es tremenda: en Gaza, 17.000 niños muertos y decenas de miles de hombres y mujeres masacrados y obligados a desplazarse a zonas pretendidamente seguras que, en poco tiempo, se atacan y destruyen por las bombas israelíes: escuelas, hospitales, centros de acogida. Todo deviene en objetivo militar, aunque la excusa de que ahí se esconden dirigentes de Hamás sea un pretexto inaceptable para asesinar a una población desprotegida, recordándonos otras situaciones: otros bombardeos dramáticamente históricos, como los que perpetraron los nazis sobre Londres o sobre Guernika.
Sorprende que un pueblo como el hebreo, que ha sido secular e injustamente perseguido, acosado, encerrado, marginado, asesinado, torturado, gaseado, pueda defender lo que está haciendo ahora mismo su gobierno con la población de la Franja de Gaza, con esa idea de conquistar «espacios vitales» e impedir una convivencia que resulte pacífica sobre la base de la formación de dos Estados. La experiencia histórica incorpora el sufrimiento histórico, acerbo casi genético que se traspasa: una pátina cultural que debería servir para rechazar cualquier acción que recuerde lo vivido en carne propia. La persecución de los judíos por los nazis y la profunda herida que dejó con secuelas importantes es una lección para evitar hacer lo mismo con otros pueblos. Máxime si se han padecido situaciones similares. Mientras tanto, en Gaza miles de vidas segadas conforman un resultado aplaudido por los dirigentes israelitas, avalados por Estados Unidos, junto a la tibia reacción de la Unión Europea.