Los asesinos, como los necios de «La conjura de los necios» de John Kennedy Toole, también tienen un sexto sentido que les permite reconocerse de lejos y asociarse. Pero sobre todo, tienen el don de atraer irresistiblemente a dichos necios. Por numerosos libros, películas y series, pero también por la filosofía y la sociología, sabemos que los malvados están siempre rodeados de tontos, que mueven el rabo, les bailan el agua y les hacen la pelota de manera indecente, como para pasmo del mundo escenificó Mark Rutte, secretario general de la OTAN, con el presidente de Estados Unidos.
Entre los malos y los tontos parece existir una rara afinidad secreta, no por interesada exenta de cariño, que a veces pasa desapercibida, a veces se da por supuesta, y a veces estalla en colosales desvaríos multitudinarios. Normal, puesto que se trata de gentes muy emotivas, y la gente emotiva genera muchísimas historias. Estamos viendo bastantes últimamente, y aunque la relación entre los malos y los tontos viene de antiguo, y es de ella de donde los primeros obtienen su poder maligno (por absorción), este fenómeno se ha convertido en el pan nuestro de cada día. Sin centenares o millones de tontos, cobardes y lisonjeros como Rutte, un malvado no podría llegar muy lejos.
Y si Europa no se hubiese vuelto imbécil, más imbécil todavía, lisonjeando a un asesino múltiple como Netanyahu a pesar de reconocer sus crímenes, quizá habría mitigado algo su barbarie. Pero en lugar de romper su asociación con Israel, como pedía el presidente Sánchez, malos y tontos aseguran que esto lo dice Sánchez para evadirse de sus corrupciones, y luego le hacen la pelota a los genocidas. ¿Se refieren a este tipo de pelotas y lameculos los argentinos cuando califican a alguien de pelotudo? No, no tiene nada que ver, lo que no impide que el pelotudo sea a la vez un pelotillero ávido de congraciarse con el poder. Por qué no. La asociación casi sagrada entre el malvado y los tontos hace invencibles a ambos, pero solo uno sale ganando. Y no es ningún tonto. Lo sabemos de toda la vida, pero yo jamás lo había visto, en todos los informativos y de forma tan obscena. En fin, polvo somos y en polvo nos convertiremos.