Dicen que la frase «Mátalos a todos y que Dios distinga a los suyos», la dijo un abad del císter en 1209 durante la batalla de Béziers en la cruzada contra los cátaros, considerados herejes por el Papa y que se prolongó durante más de 200 años.
Ahora Israel ordena lo mismo: «Mátalos a todos». Con los bombardeos, que no han dejado edificio en pie en la franja, o disparando a matar cuando los palestinos acuden a por un saco de harina en la zona donde una ONG impuesta por Israel y Estados Unidos reparte una miseria de comida, o matando de hambre sobre todo a los niños cuando en la frontera hay camiones con suministros para alimentar a toda la población superviviente de Gaza durante un mes.
Los soldados que disparan a palestinos desarmados lo hacen porque les consideran enemigos, los han deshumanizado, y seguramente piensan que un niño superviviente es un futuro terrorista. Porque Israel, con su matanza, lo que realmente promueve es un nuevo ejército de Hamas, en lugar de conseguir que dejen de matar. ¿Qué creen que generará el odio y la matanza? ¿Paz? Para que su plan funcione, ¿no debe quedar ni uno vivo?
Es como encomendarse a Dios, y encargarle que haga su trabajo, que se olvide de los vivos y juzgue a los muertos. Quizás, si ante este conflicto se dejara de lado la fe y se recurriera a la razón se daría un paso para dejar de matarse. Todos, entendemos lo que pasa desde nuestras ópticas subjetivas, por eso conviene una mirada distinta. ¿Se puede actuar sobre las consecuencias sin necesidad, en este momento, de agarrarse a los argumentos sobre las causas justas?
A menudo, un objetivo noble produce el efecto contrario al que se pretende. Alemania se niega a condenar a Israel porque siente que no ha pagado la deuda de lo que hizo Hitler al pueblo judío. Pero de esta forma, está dejando en manos, otra vez, de la ultraderecha el argumento del antisemitismo.