Ante las recientes noticias sobre actos previstos en el Congreso para ensalzar a Dolores Ibárruri, ‘La Pasionaria’, como modelo de feminismo, libertad y democracia, quiero dar a conocer, como ciudadano, como menorquín y como español preocupado por la verdad histórica mi opinión que espero que la presidenta del Congreso de los Diputados tome en cuenta antes de proceder con lo que sería, una auténtica barbaridad histórica e institucional el hecho de dedicarle un espacio privilegiado en el santuario de la democracia.
Hablar de La Pasionaria como una simple ‘luchadora antifascista’ es un reduccionismo superficial que oculta su verdadero papel como agente estalinista, como dirigente autoritaria, y como voz ideológica de una represión brutal, muchas veces fratricida, durante la Segunda República y la Guerra Civil.
A diferencia de otros líderes republicanos, Dolores Ibárruri nunca defendió la democracia parlamentaria ni el pluralismo político. Su lealtad fue siempre y exclusivamente al Partido Comunista de España y, por encima de él, a la Unión Soviética de Stalin, a quien describió públicamente como «el mejor amigo del pueblo español» incluso después de las purgas, el gulag y las hambrunas provocadas.
En 1940, desde su cómodo exilio en Moscú, Ibárruri reconocía sin disimulo: «Si hubiésemos vencido, hubiéramos hecho de España una nueva Rusia». ¿Qué tipo de libertad y feminismo representa alguien que pretendía imponer en España una dictadura comunista totalitaria?
El rostro de La Pasionaria es negro, es oscuro: Ya en 1933, en mítines en Asturias, Ibárruri llamaba abiertamente a la violencia de clase: «¡La burguesía no se rinde con palabras, se la aplasta con fusiles!». Es más, durante la Guerra Civil, lejos de moderarse, se convirtió en una de las voces más feroces del comunismo más sectario. En «Mundo Obrero» —periódico oficial del PCE— escribió, en pleno agosto de 1936: «Los traidores, los curas fascistas, los que conspiran en la sombra, deben pagar su traición con la muerte».
Esas palabras no eran meras metáforas. Coincidieron con la oleada más salvaje de asesinatos extrajudiciales en la zona republicana: miles de sacerdotes, monjas, religiosos, empresarios, funcionarios, campesinos y ciudadanos simplemente creyentes o conservadores fueron ejecutados sin juicio. ¿Fue ella la autora material? No. ¿Fue su responsabilidad política y moral? Indudable.
Tampoco tuvo reparos en justificar la persecución de compañeros de izquierdas que no compartían el dogma soviético. El POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) fue sistemáticamente difamado, desmantelado y reprimido por orden directa del PCE con ayuda del NKVD soviético. Su líder, Andreu Nin, fue secuestrado, torturado y asesinado en 1937. La Pasionaria jamás condenó ese crimen. Todo lo contrario. Dijo: «Los provocadores disfrazados de revolucionarios son más peligrosos que los propios fascistas».
Durante los Sucesos de Mayo de 1937 en Barcelona, el PCE —con Ibárruri entre sus portavoces— actuó como un partido totalitario, depurando físicamente a toda disidencia obrera que escapara a su control. El Frente Popular dejó de ser frente y dejó de ser popular: fue sometido a los intereses del Kremlin.
Recordemos también que, durante su exilio en la Unión Soviética, Ibárruri vivió con privilegios mientras millones de ciudadanos soviéticos eran víctimas del terror estalinista. Nunca emitió una sola palabra de compasión y cuando Stalin murió en 1953, lo despidió con un elogio de proporciones delirantes: «Su nombre vivirá por los siglos. Fue el mejor amigo del pueblo español».
Con solo lo dicho hasta ahora, ¿se atreverá la señora Armengol a presentar a una dirigente que glorificó al mayor genocida de Europa como modelo de libertad?
Es posible que sí, porque hoy la nueva izquierda presenta a Dolores Ibárruri, ‘La Pasionaria’, como icono feminista, pero su lucha no fue por los derechos de todas las mujeres, sino por instrumentalizarlas en favor de una causa ideológica profundamente totalitaria. Su concepto de emancipación femenina estaba subordinado al partido y al proletariado internacional. Nunca defendió la igualdad ante la ley. No luchó por el sufragio (ya conquistado por Clara Campoamor). No combatió por la libertad de conciencia ni por el pluralismo. Su feminismo fue sectario, militarizado y absolutamente sometido al marxismo-leninismo.
En 1977 La Pasionaria regresó a España como símbolo de la reconciliación. Fue diputada por Asturias. Muchos esperaban un gesto de reflexión. Nada. Ni por el silencio ante las checas, ni por la represión a los católicos, ni por la alianza con Stalin, ni por la represión del POUM, ni por el exilio lujoso mientras España sufría. Su frase definitiva fue: «Volví con la cabeza alta. No tengo nada de qué arrepentirme».
En conclusión, lo que está en juego no es un homenaje estético, ni un busto en los pasillos del Congreso, ni un acto simbólico. Es la integridad de la memoria histórica. Ensalzar a Dolores Ibárruri como figura institucional supone legitimar un pasado autoritario, violento y totalitario, y supone dar la espalda a miles de víctimas olvidadas de la represión republicana bajo hegemonía comunista. Esas víctimas, señora Armengol, también merecen memoria, respeto y verdad. Subir a ‘La Pasionaria’ a los altares del Congreso sería tanto como instalar un retrato de Stalin en el vestíbulo, disfrazado de «feminismo histórico».
A Francina, la presidente del ‘Congreso de los Diputados, Diputadas y Diputades’, simplemente le digo: rectifica, aún estás a tiempo. Escapa del vuelo gallináceo e inicia vuelo de águila, que da una visión amplia y no sectaria de los hechos históricos de la España del siglo XX y XXI. No cometas esta barbaridad y atropello a la historia, y menos aún participes en el blanqueamiento de ‘La Pasionaria’. Por supuesto es mi opinión fundada en datos y hechos históricos.