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Crítica es libertad

Divergencias veraniegas

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Venga, veamos... Menorca divide sus opiniones sobre el verano en tres sectores. Unos ven el verano como algo circunstancial e incluso externo a ellos mientras otros lo ven como el negocio de su vida. Y luego está el sector extremo y egoísta que lo sufre como un castigo bíblico. De todo hay en la viña menorquina del Señor.

En el primer sector están quienes nunca se han aprovechado de los meses de calor para lucrarse personalmente (con la única excepción de haberlos utilizado en su día para recolectar cosechas de sentimientos efímeros). Son los que dividen su repercusión entre lo positivo y lo negativo. Son los que antes, por ejemplo, pernoctaban en Calescoves o en sa platja des Bot, en Algaiarens, para dormir tranquilos, cuando aquellas voltes a s’Illa amb llaüt’ y ahora ya no pueden hacerlo. Pero también son los que lo ven todo con una cierta flema británica (¡Ah, el XVIII siempre presente en la isla!) y a los que les entretiene contemplar la lucha entre el sector dos y el tres (es decir entre los que están a favor de un turismo excesivo y los que están contra todo el turismo).

Son los que, por ejemplo, pueden planificar una visita veraniega a Ciutadella considerándola como una entretenida ginkana on the road, afición que no pueden practicar en invierno. Así, además de conocer formas de conducir exóticas, aseguran que la experiencia te mejora y te enriquece como conductor. Y llegados a la antigua Jamma son los que ya no tienen que andar por sus callejuelas recordando al «Desolation Road» de Dylan sino que pueden entablar fácil contacto humano con vecindades lejanas. Un ejercicio imposible durante el largo y tedioso invierno, ventoso y crudo, convertido en la famosa «the long and winding road» menorquina.

También son los que pueden reconocer las ciertas mejoras que nos trae el verano como es entrar en un restaurante y tener la seguridad de que el producto ofrecido es fresco y del día porque la circulación de mesas así lo acredita. En el ámbito comercial también aportan mejoras los descuentos y rebajas que comienzan justo empieza la temporada aunque los más quejicas ya sueñen con los bonos invernales del Consell insular.

Mientras, yo que voy por libre, tengo la conciencia limpia: declaro bajo juramento y ante Jurado que no formo parte de las hordas que masifican las playas. A fecha de hoy todavía no he encontrado este año el tiempo adecuado para visitar una playa (el año pasado lo conseguí un día). Masificar las playas es cosa de aficionados a los eslóganes de la fábrica de cervezas, esa amiga coñazo que cada año nos inunda de jóvenes sedientos de sueños imposibles («Una isla virgen, una naturaleza salvaje, una puesta de sol, un polvo en el camino...»). Pero, eso sí, me adhiero al primer sector porque también sufro la isla asfixiada por conciertos, festivales, actos, inauguraciones, chorradas mil... que nos cercan sin tregua y con saña. ¿Por qué no se mete el GOB con esta nueva planta invasora que poluciona la isla?

Luego, como decía, está el sector acelerado que pretende vivir todo el año de cuatro meses de trabajo. Unos vivales que sufren las consecuencias de sus actos al ser unos fijos discontinuos convertidos de hecho en parados discontinuos.

Y finalmente está el tercer grupo en litigio: el fortín del funcionariado. Son esos que contemplan el verano como la tormenta perfecta. Es natural, asegurado su sustento, nunca han visto una tormenta perfecta. Es el sector más conservador de la fauna humana de la Isla. Son los que padecen pasión por la antigüedad. ¿Amantes del «Livin’g in the Past» de Jethro Tull? Su imaginario inducido les hace declarar que la Isla está masificada y lista para    la destrucción. Son los que afirman que nunca hemos vivido peor, que hemos perdido «sa caseta vora el mar» (que la mayoría nunca tuvo y que otros vendieron al mejor postor), etc. Son el retén que aúlla los lamentos clásicos del menorquín errante, claramente consustanciales con nuestro racial Quin desastre, al·lots!

Y son los que opinan que la Isla debería de decrecer, es decir volverse pequeña, empequeñecerse ¿hasta regresar a su infancia? Confieso que he pasado horas enteras intentando hallar la fecha ideal a la que quieren regresar. ¿Podría ser cuando es temps des jams? No creo porque aquellos no enreonaven barceloní, un fallo imperdonable. O ¿debería ser cuando Richelieu, vicioso gastronómico él, descubrió la salsa mahonesa y la raptó para llevársela a la corte de Luis XV? Tampoco lo creo porque mahonesa se escribe con h, lo cual es sin duda una desgracia a todas luces inaceptable. O quizás ¿a cuando solo viajaban los ricos, antes de que la socialdemocracia nos igualara? O, podría ser, a quan ses peres d’escanyar anaven a 10 cèntims es kilo?

Sí, lo digo en serio, me encantaría saber a qué época quieren regresar, hasta dónde quieren decrecer. ¿Han hablado quizás ya con el profesor Doc («Regreso al futuro», 1985) o con Michael J. Fox para encontrar los más efectivos vericuetos para regresar al pasado pensando que es el futuro? Bueno, pues ya vemos cómo están las cosas en la Isla. De cualquier manera los tres sectores conviven adecuadamente y sin novedad en el frente mientras juntos toman pomades, o gin amb llimonada, per alleujar es sofocos d’un estiu rigorós.

Notas:

1- Carretera: Ya se nota el cambio de presidencia en el Colegio de Arquitectos de Menorca.

2- Más carretera: No han tenido suficiente con 8 años... ¡quieren más! En francés se diría: ¡Vraiment incroyable!

3- ¿De verdad hay en Mahón 2.400 personas mayores desesperadas por ir a la escuela de adultos aún por construir? Casi res diu Es Diari!   

4- Y el Fiscal G. se sentará ante el juez y el fiscal le pedirá a su jefe ¿Álvaro, cuánto te pedimos? Años, claro.

5- Un recuerdo para el que fue un gran grabador mahonés de bisutería, Miguel Camps. DEP.

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