Durante largo tiempo Rocío Monasterio fue el rostro de Vox caminando sobre tacones y dibujando una sonrisa dentífrica. Una genuina madre, empresaria y arquitecta y, sobre todo, anticomunista de manual se caracterizó por defender leyes que anclarían a las mujeres a mitad del siglo pasado sin ningún tipo de reparo. Y, de repente, tras abandonar el partido ultraderechista, descubre, en un sortilegio de complicada comprensión, que existía el machismo entre sus filas. Y no solo eso, sino que ella misma en persona lo ha sufrido en sus carnes. Lo cual es harto significativo y da pie a pensar que los caminos del Señor de verdad son inescrutables.
Tal vez tuvo una iluminación divina en mitad de la Castellana. Un reguero de luz que deslumbra y un ente hablándole directamente: estimada Rocío, ten cuidado con quienes te rodean. O, de un modo más banal, también podría ser una revelación en la página 379 de una novela del género fantástico que vende volúmenes como rosquillas aunque esté mal escrita, llena de errores ortográficos, pero que le caló tan hondo que ahora nos tiene que hacer llegar la buena nueva: existe el machismo en mi anterior partido. Inimaginable, me faltan las palabras. Una mujer como ella, tan locuaz y aguerrida, aguantando machismo en un partido de extrema derecha. No doy crédito.
Además, afirma que trataron de silenciarla, que sus ideas fueron tapadas por el peso de la testosterona, que ha abierto los ojos aunque haya sido justo tras cerrar la puerta. Resulta tan conmovedor que quizás ahora pueda reunir la empatía suficiente, aunque me cuesta creerlo, para entender a las muchas mujeres que se han quejado en voz alta de lo mismo con cero resultados positivos. Las leyes, a las que siempre se opuso, tal vez logren que no te pisen cuando te diriges a un público en su mayoría masculino que te guiñan el ojo como si fueras una azafata de un programa de televisión de décadas pasadas. Pero Rocío, nunca es tarde si la dicha es buena.