Síguenos F Y T I T R
Hoy es noticiaEs noticia:

Fe, esperanza y caridad

| Menorca |

El domingo fui a misa arrastrada por una inercia especial. Al pasar por Sant Lluís me encontré con un flujo constante de personas entrando en su iglesia. Este templo neoclásico, austero y blanco, fue impulsado por las autoridades francesas entre el siglo XVII y XVIII bajo la advocación de San Luis, Rey de Francia, para unificar pequeños asentamientos rurales.

Me invadió una mezcla de asombro y esperanza: la iglesia estaba repleta. Vecinos y forasteros, castellanos, franceses y algún inglés, intentaban seguir la misa. El párroco, con acierto, alternaba entre el menorquín y el castellano, intercalando alguna frase en inglés. Algunos padres compartían con sus hijos el Evangelio en su idioma a través del móvil; un exministro se sumaba a la oración y la comunión.

La misa transmitía ese domingo un mensaje claro: Fe, Esperanza y Caridad. Era una sociedad veraniega, diversa y multilingüe, unida por la fe cristiana, que recordaba la raíz común de una Europa cimentada sobre valores compartidos.

En ese momento recordé una frase que en su día escuché y que, en este mundo donde la fe se mide frente a la ciencia, resulta peculiar: «Soy practicante, pero no creyente», justo al revés de lo que muchos confiesan hoy. Y vino a mi memoria un poema de Magdalena Sánchez Blesa:

No creo en ti, Señor, y no me alegro.
No creo en ti por mucho que he rezado,
pidiéndote, Señor, que me redimas
y me perdones este gran pecado…

No creo en ti, lo siento con el alma,
pero quiero que sepas una cosa,
cumpliré el Evangelio punto a punto,
cumpliré el Evangelio coma a coma….

No creo en ti, Señor. Da mi parcela
a quienes no han tenido nunca un techo,
a quienes no han tenido nunca nada,
a quienes viven siempre en el infierno.
Yo cedo mi sillón, que estoy cansada
de bregar y bregar a cada instante,
porque no soy creyente, Señor mío.
Soy, desgraciadamente, practicante.

Desde una posición no creyente, no se le puede negar a Jesús su compasión, entrega y sacrificio. Incluso dejando de lado su dimensión sobrenatural, para quienes no creen pero practican, basta con aceptar que dio la vida por la humanidad. Solo por eso merece ser emulado, especialmente en estos tiempos en los que reina la tibieza, en los que hasta el vecino nos resulta ajeno, en los que damos todo por hecho y al alcance de la mano, y en los que las vocaciones parecen haberse desvanecido, sustituidas por la búsqueda de un éxito rápido y sin esfuerzo.

Vivimos en una sociedad con prisas que parece correr hacia ninguna parte, que avanza, sin dilación, hacia servir a las máquinas, con el riesgo de perder el control de su destino. Miramos las guerras como si fueran escenas de un videojuego hiperrealista, donde la muerte parece de mentira y el hambre una ficción.

Nuestros jóvenes han perdido, en muchos casos, el entusiasmo por encontrar su propósito, su ikigai, palabra japonesa que utilizan ahora los gurús del siglo XXI. Antes lo llamábamos vocación. Hoy, sin el esfuerzo que nosotros mismos les hemos arrebatado, muchos persiguen un éxito instantáneo, respaldado por currículos repletos de títulos y másteres, pero con escasa experiencia de lucha real. Una juventud que, de forma imparable, está disparando las cifras de enfermedades psiquiátricas y suicidios.

Quizá haya llegado el momento de volver a lo esencial: enseñar que la fe, la esperanza y la caridad no son reliquias del pasado, no son solo conceptos religiosos o cristianos, sino anclas que pueden sostenernos en medio de un mundo que, insisto, parece avanzar sin rumbo. Y, aunque muchos no crean, todos podemos practicar el bien.

Sin comentarios

No hay ningún comentario por el momento.

Lo más visto