En cada entrevista que concede Gabriel Rufián la derecha se altera un poco. Lo significativo es que esta vez quien se ha mosqueado ha sido parte de la izquierda. Hablando de migración ha dicho que su madre tiene miedo. Y ha añadido que la izquierda no debe mirar a otro lado, sino más allá de las pancartas y las consignas. Que es preciso plantearse preguntas incómodas porque ningunear estos problemas es un regalo a la extrema derecha. Ya solo con decirlo se rompe un tabú y hay quien ha visto traición donde yo únicamente veo un esbozo de reflexión. Pero parece que es mejor atacar al mensajero que debatir el mensaje. Más sencillo y menos sucio. Sin embargo, también menos útil sobre todo si tenemos en cuenta que lo único que solicita son soluciones. Cuanto menos se han de atrever a hablar de lo que preocupa a la gente de a pie, porque sino se corre el riesgo de perderla definitivamente. Y, naturalmente, la ultraderecha lo agradece porque prevé recoger los frutos. Rufián probablemente sea el político de izquierdas, o sencillamente el político, más avanzado en cualquier aspecto que existe en España. Habla clarito y no se refugia en subterfugios. Y, lo que es más encomiable, asume el coste de decir lo que piensa.
Es triste ver a compañeros de ideología atacándole como si fuera un enemigo. Lo que da a pensar que hay una enorme confusión allá donde todo debería ser más nítido. Porque en el otro extremo ya tienen bastante con indignarse con el próximo Torrente, donde unas imágenes de la película parece ser que los caricaturiza. Oh, dios, qué retrato tan cruel tildarlos de machistas, retrógrados, racistas y xenófobos. Pero, a bote pronto y sin pensar, ¿a qué partido se puede pensar que podría afiliarse un individuo como Torrente? Es cine, pero a veces el cine retrata la realidad con mayor precisión quirúrgica que el telediario. Si molesta esa confusión con Torrente tal vez se deberían preguntar por qué la gente lo considera posible.