Ha tenido suerte esta vez –parece un gato flaco y lleno de pulgas que siempre cae de pie– Pedro Sánchez al librarse de la bochornosa visita de los ‘líderes’ europeos a la Casa Blanca sin haber sido invitados. Bien sea porque estaba de vacaciones, bien porque había que atender los incendios que asolan la Península o, lo más probable, porque nadie cuenta con él en Washington ni en Bruselas, lo cierto es que se quedó en casa tan ricamente mientras sus colegas hacían el más espantoso de los ridículos.
Desde lejos pareciera que en tan altas instancias alguien debería ser un poquito más inteligente, o al menos cabal, para establecer ciertas normas de protocolo. Pero no, cuando vieron la sintonía que exhibieron en Alaska Donald Trump y Vladímir Putin, a los señores de la guerra les entró el canguelo. ¿Qué tal si estos dos machotes ponen fin al conflicto y aquí paz y después gloria? El tembleque debió ser monumental para los arrastrados Ursula von der Leyen, Friedrich Merz, Keir Starmer y Emmanuel Macron, que veían en riesgo su fabuloso negocio bélico y sus delirantes planes de futuro: llevar a todo el continente a una guerra frontal con Rusia.
Los jinetes del Apocalipsis se pusieron enseguida en marcha, dispuestos a arropar a un Volodímir Zelenski que, tal vez si nadie le proporciona el guion y el público adecuado, no sabría hacer bien su papel. El finlandés y la Meloni se apuntaron después para hacer bulto y al final han conseguido algo de lo que pretendían: detener los planes de paz. Que la fiesta de las armas continúe, cuanto más, mejor. Aunque se hayan autoinvitado a la casa del hombre más poderoso del mundo, aunque les hayan hecho esperar en la antesala, ahí estaban. La voz de sus amos.