El plan de Feijoó contra los incendios –sacado brillantemente de la manga– ha sido boicoteado. Es decir, simplemente ya existía, con que alguien, un capullo aguafiestas, se anticipó a su nueva muestra de ineptitud y se la coló por toda la escuadra sin saberlo. Su plan habla de brigadas, que ya hay, o de coordinación entre comunidades y Estado, que ya se hace al inicio estival. Habla de diseñar un plan sin detenerse a examinar que sus propuestas estaban en los libros de Primaria. Se tacha un poco por aquí, se rebusca en el diccionario de sinónimos y, ¡voilá!, ya tengo un nuevo plan. Luego, el plan, con un lenguaje digno de un tratado de filosofía, se presenta como la panacea contra el fuego. La precipitación con la que se ha presentado es digna de análisis. Quería restregarle lo que sea a Sánchez y el único que queda restregado es él mismo. Pero lo genial del plan no está en lo que dice, sino en lo que omite. No hay ni un solo criterio técnico que lo sostenga.
No pretende solucionar nada, sino aparentar que se está trabajando, algo habitual en la clase política. Un monumento a las ideas sin contenido: agárreme el cubata que voy. Se nota que nadie ha preguntado a los que verdaderamente saben, los bomberos forestales, porque la improvisación, por no llamarlo estupidez supina, es la marca de la casa. Cómo no hacer nada y parecer un portento. Se confunde prevención con obtener electores. Este plan es una especie de cortina de humo, como si no hubiera ya bastante, para tratar de disimular que Feijóo es de lo más previsible, por no decir banal, que existe. No es un pecado pero, mientras tanto, España arde. Cada verano peor. Y él continúa haciendo gala de su ignorancia, que es la única expectativa que cumple con creces. El otro incendio que se debería apagar es el de la incompetencia y la falta de visión.