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Grandes inventos. Las tijeras

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Hace más de 3.000 años ya existían tijeras en Mesopotamia, por lo que probablemente se inventaron al mismo tiempo que la escritura. Extraño invento, imposible de mejorar en su versión definitiva del siglo XVIII, cuando se popularizó el pivote axial en sustitución del muelle. El formato de las tijeras, independientemente de su tamaño y uso, es perfecto, y sirve lo mismo para unas tijeritas pequeñas de cortar las uñas a un babé que para las más grandes de podar o desbrozar setos. Pasando por las de sastrería, enfermería o las de cocina. ¡Y las variantes de cirujano! Pero eso sí, cualquier tijera es una tijera, se identifica de lejos por la precisión de su diseño, más exacto que el alfabeto. Y que resuelve uno de los problemas más importantes de la humanidad. Cortar. Cortar materiales, tejidos, cabellos, viandas, relaciones cuando se vuelven molestas. Cortar por lo sano, ser el que corta el bacalao. Una acción sencilla si tienes las tijeras adecuadas, pero imposible si no las tienes. Fíjense bien en las que tengan a mano. Qué artilugio extraordinario. Dos hojas afiladas móviles que se abren y cierran sin llegar a cruzarse, pero cortan todo lo que haga falta, sea físico o metafísico. Por qué será que hasta los ordenadores y programas de escritura tienen una herramienta cibernética para cortar. Ni siquiera se puede escribir un párrafo sin cortar, de ahí la frase hecha: «Este capullo ni pincha ni corta». Un invento sublime, las tijeras. Inmejorable, inmune a paso del tiempo. ¡Y se maneja con dos dedos! Para eso tenemos el pulgar oponible. Ah, las tijeras, qué falta nos hacen siempre. Es preciso tener en casa de varios tipos, y no se puede emprender ningún viaje exploratorio, al África subsahariana o a los Andes, ni embarcarse en un navío, sin ir provisto de tijeras y tijeritas. En realidad, no se puede ir ni al bar de la esquina, porque solo Dios sabe cuándo vamos a necesitar cortar algo. Cortar, el eterno problema. Las tijeras, prodigio de fondo y forma, lo solucionan. Otro gallo nos habría cantado si Proust, en lugar de mirar una magdalena, hubiese contemplado sus tijeras de manicura. Más de 3.000 años llevamos con ellas y aún nadie ha logrado superar su exactitud.

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