Estados Unidos acaba de abrir un conflicto bélico con Venezuela con la droga como excusa. Esta tensión política acaricia el conflicto armado mientras el planeta se resiente con las guerras de Ucrania y Gaza. En el otro lado del globo, China y Taiwán mantienen las espadas en todo lo alto. Las nuevas potencias económicas, regidas por líderes histriónicos, desarrollan planes armamentísticos que, una vez superada la guerra fría de los años ochenta, no imaginábamos. Europa es un invitado de piedra que intenta sumarse a una fiesta a la que nadie la ha invitado. El viejo continente protagoniza un papel insignificante y algo caduco mientras sus líderes pastelean acobardados intentado buscar el equilibrio en un nuevo desequilibrio mundial. China y Rusia alardean ante la mirada del resto del planeta al mismo tiempo que sus nada democráticos líderes cuchichean sobre la inmortalidad. Menuda paradoja.
Países como Alemania se plantean regresar al servicio militar obligatorio sumergidos en una crisis económica reflejo de esa pérdida de liderazgo mundial. Nuestra civilización está en claro retroceso. Se cuestiona la democracia, las libertades, se tortura al pueblo palestino en directo, se bombardean en vivo ciudades como Kiev y se promueve el rearme con ingentes compras de material bélico. Yo, igual de ingenuo que usted, me creí eso de que con la pandemia seríamos mejores.