Síguenos F Y T I T R
Hoy es noticiaEs noticia:
Una nueva era

Generación IA: los primeros efectos en el empleo juvenil

|

Un amigo, conocedor de mi interés por el mundo de los jóvenes de hoy y su realidad  laboral y entorno social, me envía un informe de la Universidad de Stanford que me deja pensativa y bastante inquieta. Son 70 páginas densas, pero el título basta para encender alarmas: «Canaries in the Coal Mine?», o sea, «¿Canarios en la mina de carbón?». La metáfora es clara: los primeros en sufrir los efectos de un peligro invisible.

El tema, cómo no, es la inteligencia artificial generativa. Ese torbellino tecnológico que está dividiendo al planeta entre visiones utópicas; un futuro más productivo y creativo; miedos distópicos; millones de empleos en la cuerda floja y escepticismos varios que creen que todo se quedará en un ruido pasajero.

Pero Stanford pone números sobre la mesa, y ahí es donde empieza lo inquietante. El estudio se centra en el mercado laboral de Estados Unidos -ese laboratorio adelantado que suele anticipar lo que viene para todos- y revela un dato clave: los trabajadores jóvenes, entre 22 y 25 años, en ocupaciones más expuestas a la IA han visto caer su empleo un 13 por ciento. Mientras tanto, los puestos menos vulnerables, o los ocupados por trabajadores con más experiencia, se mantienen estables o incluso crecen.

El patrón es notorio: donde la IA sustituye, golpea fuerte. Donde complementa, apenas se nota. Y, de nuevo, los más golpeados son los que comienzan.

El informe resume la situación en seis hallazgos que conviene tener presentes y analizar:

- Descenso del empleo entre jóvenes en ocupaciones expuestas a la IA.

- El empleo total crece, pero se estanca para los jóvenes.

- El impacto depende del tipo de uso de la IA.

- El patrón persiste incluso descontando factores empresariales externos.

- Los ajustes se dan más en número de empleos que en salarios.

- Resultados consistentes bajo distintos escenarios.

La conclusión parece clara, la IA generativa no es aún el tsunami que algunos anuncian, pero ya empieza a marcar territorio. Y lo hace allí donde más duele: en los jóvenes que intentan dar sus primeros pasos profesionales, en trabajos que antes dependían de títulos universitarios y conocimientos teóricos, hoy cada vez más reemplazables por algoritmos.

Mientras tanto, los veteranos con experiencia práctica, ese «conocimiento tácito» que ninguna máquina replica del todo, resisten mejor el embate.

Entiendo que la inteligencia artificial es una herramienta poderosa, capaz de optimizar procesos y ampliar nuestras posibilidades como seres humanos. Pero también estoy convencida de que antes de entregarse a ella, una persona necesita una base sólida: conocimientos del mundo que la rodea, formación cultural, criterio técnico sobre el trabajo que desempeña. No basta con saber usar una máquina: hay que saber pensar.

Porque si recurrimos a la IA desde el primer momento, dejando que nos trace cada camino y nos dé cada respuesta, corremos un riesgo mayor: atrofiar el músculo del pensamiento. El cerebro, como cualquier otra capacidad, se oxida si no se ejercita. Y entonces la relación de dependencia se invierte, y ya no será la IA la que dependa de nosotros, sino nosotros los que quedemos a su merced.

Lo más inquietante no es la tecnología en sí, sino quién la diseña, quién la controla y bajo qué intereses. Si dejamos que la IA piense por nosotros, no solo renunciamos a nuestro juicio crítico, sino que entregamos nuestras decisiones, y en último término, nuestra autonomía, a quienes programan el sistema.

Y aquí entra la parte más vulnerable: los jóvenes, y no solo por el peligro de su trabajo. Debemos tener muy presente que ya utilizan la IA como confidente, como consejera sentimental. Hay casos documentados y denunciados donde la IA ha llegado a dar instrucciones para el suicidio a un adolescente. Y cada vez es más común que se prefiera conversar con una máquina antes que compartir un rato con un amigo de carne y hueso.

Ese es el verdadero riesgo: no solo que la IA sustituya un empleo, sino que sustituya la experiencia humana misma. Si dejamos que nos robe el ejercicio del pensamiento, la conversación real y el vínculo social, entonces no serán los «canarios en la mina» los que nos avisen, porque seremos nosotros mismos los que habremos apagado la luz.

Sin comentarios

No hay ningún comentario por el momento.

Lo más visto