La mayoría lo intuíamos, pero ahora las estadísticas lo confirman: España lidera Europa en cuanto a jóvenes poco formados. Lo de estudiar es un esfuerzo, a pesar de que un Gobierno tras otro hayan ido bajando el listón de la exigencia para ver si así más chicos y chicas se animaban a continuar con su formación. Ni con esas. El mercado laboral tienta.
Uno de cada cuatro abandona en cuanto se lo permiten -al concluir la etapa obligatoria a los 16 años- y se conforma el resto de su vida con lo aprendido en el cole que, como ya decimos, es cada vez menos y más superficial. Luego, un tercio de los adultos no sabe hacer cálculos matemáticos básicos. Ni siquiera es sorprendente, porque la economía española pide fuerza bruta, mano de obra de baja cualificación y ofrece a cambio salarios mínimos, horarios de mierda y turnos enloquecidos. Una cuestión es consecuencia de la otra, porque la mayoría cursa una carrera, una especialización técnica o un doctorado con fines laborales, para desarrollar una carrera profesional. Si tu máxima ambición es ganar tres duros moviendo cajas en un almacén, ¿para qué vas a complicarte la vida? Esa es la mentalidad.
Lo terrible es que hay miles que sí estudian, sí se esfuerzan, incluso completan su formación con idiomas en el extranjero, cursos on line, másteres… y aún así solo encuentran trabajo moviendo cajas en un almacén. Para ellos, los exageradamente bien formados, apenas hay oportunidades, porque apenas hay industria, investigación o tecnología avanzada, y se ven forzados a emigrar a países avanzados. A nivel social tampoco es que tener buen vocabulario, inquietudes culturales, ser intelectual o experto en algo esté muy bien visto. Casi te convierte en un paria.