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El síndrome de Conan Doyle

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El escritor Conan Doyle, padre inventor de Sherlock Holmes, era un vigoroso médico escocés de colosales mostachos, gran bebedor y hombre de acción, que destacó en rugby, boxeo, criquet y golf, además de ser portero de fútbol. Pero su fama, naturalmente, se debe a la creación del inmortal detective, al que no podía soportar y trató de matar porque su popularidad ocultaba el resto de sus obras literarias, que él consideraba muy superiores, magistrales. Nadie compartía esa opinión, por lo que muy disgustado intentó a los 53 años alistarse para combatir en la Primera Guerra Mundial, y mediante la acción, olvidar su frustración como escritor. Así, el síndrome de Conan Doyle es el que afecta a un tipo que no sabe lo que se hace, pero lo hace muy bien. ¡Y no se da por enterado! Detestaba tanto la excesiva racionalidad de su criatura Holmes, y le daba tanto asco su superioridad intelectual, que visto que el malvado profesor Moriarty no acababa con él, se entregó al espiritismo de un modo científico, y hasta escribió un libro hilarante demostrando la existencia de las hadas. Menudo síndrome de Conan Doyle tenía Conan Doyle. Gravísimo, demoledor. Murió rabiando por el éxito universal del gran detective, y el olvido de sus otras supuestas grandes obras literarias.

Y aunque este síndrome afecta sobre todo a escritores, artistas y cineastas, hasta el punto de que raro es el que no lo padece en mayor o menor grado (lo que le resta interés psicológico al considerarse una enfermedad de creativos), nosotros creemos que debería ser un síndrome más estudiado, pues también tiene importancia en la empresa y la política, donde abundan los sujetos que tampoco saben lo que se hacen, pero a veces les suena la flauta. Y a diferencia de Doyle, escritor inmortal gracias a Sherlock Holmes, ahí es donde se cumple entonces el principio de Peter, según el cual en cualquier organización, todos tienden a ascender hasta su nivel de incompetencia. Porque sufren el síndrome y están convencidos de poder hacer cosas mucho mejores. En serio, este síndrome está mucho más extendido de lo que parece. De ahí las sesiones de espiritismo en la alta política y los cuentos de hadas que hay que oír.

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