Pasan los días, meses... años; y siempre percibo la cantidad de cosas que debía hacer, o me habría gustado hacer, y no hice. Noto que la vida me va pasando demasiado deprisa, sin darme tiempo a disfrutar plenamente de lo bueno... o llorar por lo malo que me acontece. Tan solo retazos se quedan en mi mente. Pocos de mis sueños se han cumplido; no escribo apenas; no hago suficiente ejercicio. Mis hijos viven su vida, uno lejos de aquí, otro centrado en sus tres hijos y sus propios sueños; si mi marido se va antes que yo, me temo que me sentiré muy sola, tal vez rodeada de gente; pero sin nadie que me entienda, que me acompañe de verdad. Que con mi carácter, mientras pueda saldré y me relacionaré, pero cada vez noto más la falta de mis tres hermanos mayores... y de mis padres. ¿A quién le pediré consejo si lo necesito? Si ahora son mis nietos los que me lo piden a mí. Ahora soy yo la persona mayor, la que debe velar por todos... la que solo descansa si todos sus «polluelos» están bien. Cuanto me acuerdo de mi madre que me decía que necesitaba saber que todos sus hijos estábamos bien resguardados, sobre todo cuando llovía. Ella tenía pánico a las tormentas.
Ahora soy yo la que cocina comida rica, según mis nietos/as. Un día la pequeña Irene me sorprendió preguntándome: - «Yaya, ¿cómo es que las abuelas cocináis mejor que las madres?». Me reí y le contesté: -«Porque llevamos muchos años practicando; algún día tus hijos opinarán que tu madre, su abuela, cocina mejor que nadie. Si en la vida, tú quieres hacer algo muy bien, no te canses de practicar».
Yo no puedo opinar de la comida de mis dos abuelas, porque las dos murieron cuando yo era muy niña. Pero sí recuerdo el pudin de patata, tan rico, que hacía mi madre y las «sopes de partera». Hasta la sopa de ajo me resultaba buenísima. Tal vez sea porque las hacía con amor…
Se nota que el verano está terminando, hoy me levanté con cierta morriña; propia del otoño y los días oscuros. El frío del invierno no me asusta, me abrigo bien y salgo a caminar... pero la oscuridad, me encoge el alma.