Mientras escuchaba el demoledor discurso del presidente de Estados Unidos en la tribuna de la Asamblea General de Naciones Unidas, arremetiendo contra la propia ONU, el orden mundial, el cambio climático («la mayor estafa de mundo»), la inmigración, Europa y cualquier tibio reproche al genocidio de Israel, a la vez que exigía ya el Nobel de la Paz, convencido yo de estar presenciando el acontecimiento histórico más aterrador de mi vida (cuando Hitler hacía discursos aún no existía la ONU), y sin poder creer lo que estaba viendo, comprendí que este hombre podía ser un monstruo, y un bocazas embustero, pero nada incoherente, y que si este discurso apocalíptico iba a ser su legado, aviados estamos. Pensando entonces en la brutal coherencia de Trump y en su legado histórico, algo que siempre preocupa mucho a los presidentes de Estados Unidos, recordé que ya debe haber comenzado la construcción de ese fastuoso salón de baile estilo Luis XIV, de más de 8.000 metros cuadrados y capacidad para 900 personas, en el ala Este de la Casa Blanca, que él ya ofreció a Obama y como buen constructor considera el auténtico legado de su mandato. Un salón de baile versallesco, con suelos de mármol, columnas neoclásicas, candelabros barrocos, grandes lámparas colgantes de araña y adornos dorados sobrantes de la remodelación del Despacho Oval. El propio Rey Sol quedaría deslumbrado. Nada más coherente con su exhibición en la ONU, demoliendo a la propia ONU sin vacilaciones ni titubeos, con una seguridad en sí mismo que solo puede alcanzar un sujeto que tras ser declarado legalmente un delincuente, es votado democrática y masivamente por sus compatriotas. El señor Trump miente siempre, pero no engaña a nadie, y ese fastuoso salón de baile, que costará 200 millones de dólares y será costeado por donantes patriotas, es una representación exacta de su mente. Cuando hace un par de meses nos enteramos de la noticia, el salón de baile de la Casa Blanca solo dio para algunos chistes, pero tras escuchar atónitos su delirante discurso en la ONU, sin duda histórico, y el espeluznante silencio posterior, adquirió categoría de símbolo global. Nos han cambiado el salón de baile. Estamos perdidos.
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