«Nunca he estado en España», me dijo. Me sorprendió, dada la pasión con la que hablaba de ella. Ávida lectora, asidua a consultar Google, lo sabía todo, hasta bailaba sevillanas divinamente –»me enseñaron los legionarios», decía-. Se llamaba Lahila, debía de tener unos treinta años, era bella y hermosa de aspecto y sobre todo de espíritu, como un alegre torbellino llegaba y saludaba siempre sonriente; le hacía de intérprete a su jefe y al resto de empleados, hablaba español sin acento extranjero, y lo hacía con tal soltura y dominio que habría pasado por española de alguna zona del sur peninsular, lo había aprendido por internet y, eso sí, practicado mucho con las distintas agrupaciones que desde hacía años iban rotando por esa tierra; era la secretaria de la empresa con la que la Agrupación Española destinada en la base «Miguel de Cervantes» en Líbano solía hacer los trabajos de obras de infraestructura.
El 29 de mayo de 1902, en la plaza San Sebastián de Cartagena, la banda de música de Infantería de Marina interpretó por primera vez la que sin duda es una de las más bellas músicas que se han compuesto, «Suspiros de España» del compositor Antonio Álvarez Alonso. «Quiso Dios con su poder, fundir cuatro rayitos de sol, y hacer con ellos una mujer», genial metáfora, de enorme fuerza, «En el jardín de España nací, como la flor en el rosal». Pero, fuera del jardín…., «Ay de mí, pena mortal, porque me alejo España de ti, porque me arrancan de tu rosal». Alto precio el ser flor, «Quiero yo volver a ser aquel rayito de sol». Si tengo que elegir… «Ay, quien pudiera ser luz del día y al rayar la amanecida sobre España renacer». Invito a todos aquellos que, como yo, tienen la piel dura, el corazón blando, y el sentimiento pronto, que escuchen -que escuchen, no que oigan-, «Suspiros de España»; lean mientras el verso, y verán que la narrativa desfila a medida que va sonando la música, ¡maravilloso!
Estando al mando de la Unidad de Apoyo a Base, tenía que tratar casi a diario con su jefe, y mientras Lahila preparaba el protocolario café, hablaba conmigo, «Nunca he estado en España», me dijo. «¿Cómo es España?», me preguntó un día. Ella, que nunca había viajado salvo con la imaginación, me miraba con unos enormes ojos negros, como una niña chica a la que cuentas un cuento que la tiene encandilada. Le hablé de la enormidad de sus tierras, hay montañas nevadas y desiertos, ríos con fértiles vegas, praderas y enormes trigales, bosques, acantilados y playas, sus ciudades y monumentos, sus gentes diversas, su folclore y gastronomía. Tal vez fuese la pasión en la narrativa, el hecho fue que cogió la costumbre de hablar mucho conmigo, sus ganas de saber y una buena memoria sirvieron para aumentar su conocimiento y pasión –mayor si cabe- por España.
2 Soy de la creencia que los sentidos están interrelacionados, entre ellos trazan nexos inmateriales difícilmente explicables. Un menorquín al contemplar una foto de una cala de aguas turquesas, seguramente oirá en su interior el sonido de las olas golpeando contra las rocas; para mí, salmantino, huelo la hierba de la dehesa y puedo sentir en las yemas de los dedos el tacto del pelo del caballo. ¿Quién no ha oído el tañido de una campana y automáticamente ha percibido el olor a incienso y humedad de una vieja iglesia? Amar tu tierra es deber de gratitud de buen hijo, y honra al que así obra. He visto, en misiones fuera de España, a gente jóvenes -de los de heavy metal duro-, que escuchando de Manolo Escobar «Que viva España», se le han saltado las lágrimas. Ellos, como San Pedro, lo habrían negado previamente.
«¿Qué cómo es España?, Te lo voy a contar, mejor dicho, lo vas a escuchar, siéntate cierra los ojos y simplemente escucha e imagina»; y le puse la música en versión orquestal -sin letra cantada- «Suspiros de España». «La he visto, la he olido, la he sentido», dijo emocionada.
Eran las 12.00, hora del Ángelus, del día 24 de diciembre, la base Miguel de Cervantes, desde hacía una semana estaba engalanada para la Navidad, en la gran explanada de actos, un gran cedro –como no, en Líbano- cuajado de adornos y bombillas de colores, al pie del mismo, un nacimiento –más en nuestra línea-; la base como siempre, en una actividad continua de gentes y vehículos pululando por todas partes, conversaciones, motores rugiendo. De pronto –lo tenía preparado desde hacía días-, por la megafonía de la base comienza a sonar «Suspiros de España», al poco se hizo el silencio, las gentes y los vehículos se detuvieron, pararon los motores. Por un momento todos sintieron que habíamos vuelto al jardín.
Pd: Durante la II República, se debatió en el Parlamento sustituir el Himno Nacional (también denominada Marcha Real) por la composición –supongo que abreviada- «Suspiros de España».