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Les coses senzilles

Casa sin alma

| Menorca |

Entrar en una casa vacía, habitada tan solo por el polvo y la humedad, debe de ser el colmo del desamparo. Una vez le oí decir a una mujer corriente de clase media, una mujer de a pie, una mujer del barrio, una vecina de toda la vida que la casa que acababa de construirse con su marido aún no estaba «vivida». Dijo que cuando la ocupara con su familia cada mueble, cada utensilio, cada trasto iría encontrando su lugar, y a lo mejor allí se quedaría de por vida. Eso era «vivirla». Existe un refrán que dice: «Casa sin gente, casa sin alma». A lo mejor mi vecina de toda la vida se refería a eso: el paso de la gente por un hogar es lo que le confiere «alma». Otro refrán asegura: «Casa sin perro, casa sin dueño». Creo que la religión nos enseña que los perros no tienen alma, pero tienen presencia, llenan la casa, la vigilan, se hacen querer y la «viven» tan a fondo como mi vecina. Ya lo saben. También saben lo que decía la tía Mimi, la que crio a John Lennon en ausencia de su madre, fallecida en un accidente de tráfico; decía, con un orgullo discreto: «He never came to an empty house». Nunca encontró la casa vacía. Como mínimo estaba el perro, el alma de la tía Mimi y la del tío George, su marido. La tía Mimi Smith se llamaba en realidad Mary Elisabeth Stanley Lennon y su esposo George Toogood Smith. Vivían en Mendips, la casa 251 de Menlove Avenue, en Liverpool.

George, que era marino mercante y lechero, tenía un carácter más afectuoso que la tía Mimi. Fue él quien regaló a John Lennon su primera armónica y le animó en sus intereses artísticos y musicales, tratándolo con paciencia y cariño. Cuando murió, en 1955, John tenía 14 años y su muerte le afectó profundamente. La frase de la tía Mimi era más que una observación doméstica: era una declaración de amor contenida, la manera inglesa de decir que siempre hubo alguien esperándole, que aquel pequeño hogar de Menlove Avenue tenía alma y la soledad quedaba descartada.

No sé si cuando muere el dueño una casa se queda sin alma, pero Joan Perucho me dijo una vez que había visto un fantasma, una mujer que no quería abandonar su casa después de muerta, porque la amaba demasiado. Entró en un cuarto cerrado bajo llave y todo estaba limpio, las sábanas perfumadas, flores sobre la mesita, ni rastro de polvo. Había luz incluso con las ventanas cerradas y las cortinas bajadas y el fantasma se levantó como una exhalación y daba unos saltos imposibles sin tropezarse con las paredes. No sé si eso era el alma.

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