Vox es un problema en sí mismo, pero también es un problema para sí mismo. Lo fue antes incluso de que se celebraran las elecciones, que es cuando comenzaron a larvarse las trifulcas interna que eclosionan de forma periódica desde entonces. Antes de las elecciones hubo un reparto de poder entre Fulgencio Coll y Jorge Campos, una decisión salomónica que dejó en manos de Campos la confección de la lista autonómica en Mallorca mientras Coll se quedaba con la del Ayuntamiento de Palma. Los actuales diputados de Vox por Mallorca lo son porque así lo quiso Jorge Campos, con la aquiescencia de Santiago Abascal –en este partido no se hace casi nada que no esté bendecido por el ‘Amado Líder,’–, pero ese grupo parlamentario es una construcción del actual diputado en el Congreso.
Parte de los problemas de Vox tienen que ver con ese origen táctico de la dirección de Bambú, que no quiso airear la crisis interna antes de las elecciones de 2023 y convirtió el partido en un reino de taifas. La marcha de Campos a Madrid dejó a Vox sin mando efectivo en Balears y dio pie a la primera rebelión de ese grupo parlamentario diseñado por Campos, que se opuso a los designios de la dirección nacional. El grupo de amotinados en el Parlament dejó a Marga Prohens sin techo de gasto hace dos años a pesar de que el apoyo estaba pactado y atado con la dirección de Abascal y de que algunos diputados, entre ellos Gabriel Le Senne, querían votar a favor.
El partido comenzó a desangrarse y con las fugas comenzó a perder escaños. En estos dos años desde aquella primera crisis ha habido periódicos choques internos, peleas y codazos entre los representantes de Vox que han terminado rebotando en Marga Prohens. Los intentos de golpe internos se han resuelto siempre con una bofetada a la presidenta del Govern. Acaba de suceder con el decreto de proyectos estratégicos, la alfombra roja a las inversiones que llevaba anunciando la presidenta hace dos años y que fue abortada de golpe.
¿A quién creer?, ¿al vicepresidente Antoni Costa, que dice que el decreto estaba pactado hasta la última coma, o a Manuela Cañadas, que dice que no habían tenido ocasión de echarle un ojo antes de la aprobación? La mañana de la votación del decreto, el PP aún creía que el texto podría salir adelante. De hecho, esa era la postura que defendía el president del Parlament, Gabriel Le Senne. Y aquí es preciso recordar un dato que no es accesorio ni circunstancial: Gabriel Le Senne es el presidente del Parlament, pero también es el presidente de Vox en Balears. Atención: el presidente de la formación quería aprobar el decreto, pero el grupo parlamentario lo impidió y terminó imponiendo su tesis. En el camarote de Vox, vuelve a haber un conato de motín. De nuevo hay choques entre lo que defiende la dirección y lo que se termina votando porque el grupo parlamentario se subleva. En esta coyuntura se están negociando los Presupuestos. El problema vuelve a rebotarle a Prohens. ¿Con quién negociar los Presupuestos?, ¿con Vox o con el grupo parlamentario?