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Levantando el velo

Orgullo, coraje y una lección de realismo

La líder de la oposición María Corina Machado

| Menorca |

El 12 de octubre no debería ser una fecha vivida a la defensiva, como si conmemoráramos un pecado histórico. Es la Fiesta Nacional de España y, con ella, celebramos algo mucho más profundo: la Hispanidad, ese lazo de sangre, lengua, cultura y destino que une a millones de personas a ambos lados del Atlántico. Frente a la creciente corriente revisionista que pretende borrar o denigrar el papel de España en América, es necesario reivindicar con orgullo lo que realmente fue: una de las gestas civilizadoras más trascendentales de la historia de la humanidad.

No, España no fue perfecta. Ninguna potencia imperial lo fue. Pero mientras otros imperios europeos —como el británico en América del Norte— sembraron la tierra con exterminios, reservas y desapariciones culturales, España integró, fundó y mestizó. Donde los anglosajones dejaron desierto, España dejó ciudades. Donde otros solo exportaron esclavitud y segregación, España promovió una cultura común, un idioma, una religión y un marco legal que aún hoy vertebra la identidad de una veintena de naciones. El mestizaje no fue una excepción: fue una política. Y eso nos diferencia profundamente de los modelos racistas, segregacionistas y genocidas aplicados por otras potencias.

Quienes hoy desprecian esa herencia o la reducen a una caricatura de opresión, probablemente no saben —o no quieren saber— que la primera universidad del continente americano no se fundó en Harvard ni en Canadá, sino en Santo Domingo, bajo corona española, en 1538. Que las primeras imprentas, hospitales y códigos legales fueron traídos por España, y que gran parte del urbanismo, el arte y el pensamiento que hoy identificamos como «hispanoamericano» es fruto de esa simbiosis. Celebrar la Hispanidad no es negar los errores del pasado –que los hubo-, sino reconocer la grandeza de una empresa histórica sin parangón.

Pero mientras discutimos sobre nuestro pasado, hay quienes escriben el presente con letras de coraje. Este mes, el mundo ha sido testigo de un acto de justicia histórica: el Premio Nobel de la Paz ha sido concedido a María Corina Machado, símbolo indiscutible de la lucha por la libertad en Venezuela. En un país secuestrado desde hace más de dos décadas por el chavismo —primero con Hugo Chávez, luego con el cada vez más brutal Nicolás Maduro—, Corina ha sido una de las pocas voces coherentes, valientes y constantes. No ha claudicado, no ha negociado con el régimen, y no se ha dejado tentar por las falsas promesas de diálogo mientras su pueblo muere de hambre, represión y exilio.

Su premio debería haber provocado el inmediato reconocimiento del Gobierno español. Pero no. Ni Pedro Sánchez, ni su Ministro de Asuntos Exteriores, ni ninguna autoridad institucional han emitido una palabra de felicitación. Un silencio que duele y que retrata. Porque cuando se trata de condenar dictaduras de derecha, el socialismo español corre a posar para la foto –y me parece bien que lo haga-. Pero cuando la represión viste de rojo, cuando los crímenes tienen aroma bolivariano, entonces reina el silencio o, peor aún, la complicidad activa. A esta doble vara de medir se le llama hipocresía.
Complicidad como la de José Luis Rodríguez Zapatero, que ha hecho del blanqueamiento del régimen de Maduro su triste oficio diplomático. Con sus constantes visitas a Caracas, su lenguaje ambiguo y sus ataques a la oposición democrática, Zapatero ha cruzado una línea ética que lo aleja del papel de mediador y lo sitúa peligrosamente cerca del colaboracionismo. ¿Está a sueldo del régimen? No hay pruebas directas, pero su actitud lo convierte en una pieza útil de la propaganda chavista.

Peor aún es el papel de ciertos personajillos de la izquierda radical española, como Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero, que tras años de simpatía, coqueteo ideológico y financiación con el chavismo, siguen defendiendo lo indefendible. Su reacción al Nobel a Corina ha sido patética, miserable, marcada por la descalificación personal y la retórica vacía. Prefieren atacar a una mujer –¿dónde están las feministas de izquierdas que no salen a la calle a defender a Corina Machado? -, que ha arriesgado su vida por la democracia antes que reconocer que se equivocaron —y gravemente— al apoyar un régimen criminal. Porque eso es lo que es el chavismo: una dictadura que ha destruido uno de los países más ricos de América Latina, convertido en una cárcel política con millones de exiliados.

Y por último, mientras Europa se refugia en su retórica bienintencionada pero ineficaz, Donald Trump –y no es santo de mi devoción- ha vuelto a dar una lección de audacia política internacional. Esta vez, con un ambicioso plan de paz de 20 puntos diseñado para poner fin a la actual guerra entre Israel y Hamás en la Franja de Gaza. El plan —cuyo contenido ha sido recibido con escepticismo por algunos y con esperanza por otros— incluye puntos clave como un alto el fuego inmediato, la liberación de rehenes, la retirada gradual de fuerzas, el control humanitario internacional en Gaza, la reconstrucción con fondos multilaterales y garantías reales de seguridad para Israel.

Más allá de las reacciones políticas, lo relevante es que alguien ha puesto sobre la mesa un documento concreto, estructurado, y con voluntad de aplicación práctica. Mientras Bruselas emite condenas vacías y la ONU se atasca en resoluciones sin dientes, Trump propone una hoja de ruta. Su estilo podrá ser polémico, es polémico, pero su capacidad para actuar, cuando otros solo opinan, es innegable.

Lo que esta semana nos enseña es que necesitamos más orgullo, más verdad y mucho más coraje. Orgullo por lo que España fue y sigue siendo: una nación que cambió el rumbo del mundo. Verdad para desenmascarar a los falsos demócratas que hoy callan ante las dictaduras amigas. Y coraje para defender lo que importa: la libertad, la justicia, la paz. Corina Machado nos lo recuerda con su ejemplo. Lo cierto es que el mundo necesita líderes que actúen, no burócratas que se limiten a lamentar.La historia, como la dignidad, no se negocia. Se defiende.

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