No hay ninguna duda de que el mundo es hoy mucho más rico que hace 50 años, cuando grandes potencias globales como China y la India eran el mísero tercer mundo, con miles de millones de hambrientos, y yo un veinteañero pobre como las ratas. Si el mundo es ahora más rico, España lo es muchísimo más, porque yo entonces ganaba unas 15.000 pesetas al mes, menos de 100 euros, y ni siquiera habíamos accedido al estado de bienestar europeo. Desde entonces la riqueza no ha dejado de crecer, con incrementos anuales registrados con decimales, y aunque hubo crisis episódicas del capitalismo (lo típico), y deudas globales que jamás podrán pagarse, el capital y sus beneficios son enormemente superiores, y en alguna parte debería haber un inmenso tesoro acumulado. Cofres y más cofres cargados de riquezas.
Las historias de antiguos tesoros escondidos siempre han fascinado a la gente, pero esta no tiene ninguna gracia. Por lo siguiente. Si ahora somos mucho más ricos, por qué tantas cosas normales que entonces disfrutábamos ya no nos las podemos permitir desde hace años. ¿Qué ha pasado con todo ese dinero? ¿Dónde está? Los países más ricos del mundo, Europa y EEUU, llevan años ajustando y reduciendo gastos sociales, y jurando que lo que se podía hacer fácilmente hace 50 años, ya no se puede. Y nos lo hemos creído. Los jóvenes veinteañeros miran con envidia a sus abuelos. Hay obviamente mucho más dinero, pero dónde. El misterio del tesoro desaparecido. Y algo muy raro pasa con la famosa redistribución de la riqueza que pregonan los impuestos. Además, desde que allá por 2008 hubo que refundar el capitalismo, el misterio de las finanzas escamoteadas se hizo más oscuro, las llamadas a la austeridad más urgentes, y disponer de unos metros cuadrados donde caernos muertos un lujo exagerado.
Cincuenta años de progreso para esto. Decidido a resolver el misterio del tesoro desaparecido, me he fijado en lo que ahora tienen, y no tenían, los más pobres, desiguales y vulnerables. Un teléfono móvil. Ya sé lo que ha mejorado en el último medio siglo, dónde está el tesoro. En el ciberespacio. Resulta que nos lo hemos gastado todo en bienes digitales. Y mientras ese mundo digital se llena de prodigios y riquezas, el real se va a la mierda. Eso sí, conectados, cada cual con su teléfono.