Cuando has hecho a tu audiencia caníbal es difícil que se transforme en vegana de la noche a la mañana. Es una de las trabas de Sálvame. En el último año, el programa ha intentado ser más solidario, más autocrítico, más transparente y, paradójicamente, su audiencia acostumbrada al critiqueo clásico no siempre lo ha entendido. Esta semana, la propia Belén Esteban ha desvelado que hay colaboradores que llevan pinganillo. Se trata de ese discreto auricular en la oreja por donde se apuntan órdenes de la dirección del espacio, normalmente a los presentadores.
En otra etapa del programa, ese comentario de Esteban no hubiera supuesto más que una anécdota. El éxito de Sálvame está en que ha permitido jugar a sus protagonistas hasta las últimas consecuencias. El problema es cuando parece que todo está amañado y se insinúa que el pinganillo se utiliza para azuzar los temas del día. Entonces, el reality show pierde credibilidad. Y Belén Esteban vino a decir que hay colaboradores del espacio que dicen lo que les mandan que digan. Son mercenarios, vamos. Ella no, claro.
En televisión es importante compartir con el espectador, es parte de la gran popularidad de Belén Esteban. Pero en los programas que viven de las polémicas hay límites que esquivar. Al final, compartir entretelas puede generar confianza o, en su defecto, empujar a la desconfianza cuando descubres las costuras de un espectáculo.
En este sentido, Sálvame está sufriendo su veteranía en emisión. El programa reinventó la prensa rosa. Hizo desaparecer a los personajes de siempre para crear sus famosos exclusivos con los tertulianos que habitan en su plató. Más barato para la cadena. Así no hay que acudir a grandes cachés de costosas celebrities. Así Telecinco se escabulle de demandas, pues las víctimas están atadas a un empleo en la emisora.
Sin embargo, tras tantas horas anuales en emisión, las tramas entre los colaboradores de Sálvame se han agotado. Ya no son tan atrayentes como antes. Ni siquiera venden los cebos que inciden en polémicas. De ahí que esos anuncios que antes eran constantes ya no estén omnipresentes en emisión. La audiencia está inmune y la solución de Sálvame ha pasado por incorporar en la primera hora el 'Lemon Tea' con María Patiño y Terelu Campos. Un programa en el que se comentan noticias con un modus operandi más tradicional. Más parecido a Extra Rosa de Rosa Villacastín y Ana Rosa Quintana que al Deluxe.
Al final, Sálvame necesita recuperar novedad, necesita volver a salir de su propio micromundo. Y, a la vez, necesita lo más complicado: recuperar aureola de verdad. Pero, para lograrlo, los últimos pasos del programa no han ayudado. Por ejemplo, cómo se acorraló a Paz Padilla para después ser despedida. La audiencia en sus casas no comprende determinadas actitudes. Hasta las observa contradictorias en comparación con el funcionamiento habitual del programa: donde era habitual el paripé de irse enfadado para después volver. La diferencia, tal vez, es que el agobio de Padilla no fue ficción. Los resortes de Sálvame están más al descubierto que nunca. Se les han ido de las manos. Y ya es quizá demasiado tarde.