Ya no es solo una impresión. Lo confirman los datos. El casco antiguo de Ciutadella se está vaciando, víctima del envejecimiento de la población, el crecimiento de la oferta turística, el encarecimiento de la vivienda, las dificultades de estacionamiento y las molestias por ruidos.
Desde 2019, justo antes de la pandemia, el centro histórico de la ciudad ha perdido 557 habitantes, el 15 por ciento de su población, al pasar de los 3.721 residentes que se contabilizaban entonces a los 3.164 vecinos que figuraban como empadronados el año pasado.
El núcleo antiguo sigue el camino inverso al del resto del municipio, que no deja de crecer. En estos mismos cuatro años, Ciutadella ha ganado 1.603 habitantes. Tiene 31.440, un 5,4 por ciento más que en 2019.
Hace 60 años, el excepcional estado de conservación y la unidad del núcleo antiguo lo hicieron ser declarado conjunto histórico-artístico español, y en 1998 se convirtió en Bien de Interés Cultural con la clasificación de Conjunto Histórico. Un año después, en 1999, el Ayuntamiento aprobó el primer plan especial que pretendía regular las actuaciones urbanísticas que se llevan a cabo con el objeto de garantizar su conservación. Pero, desde entonces, la situación ha cambiado.
Los pequeños comercios de toda la vida han cerrado y se han abierto más bares y negocios enfocados al turista, pero la normativa solo se ha modificado para condicionar la apertura de terrazas en los patios interiores por las molestias que ocasionaban restaurantes y locales de noche.
Entre las estrechas calles del centro, repletas de historia, en los últimos años se ha extendido el alquiler turístico y han aflorado hasta medio centenar de pequeños hoteles. La costosa y compleja tramitación que requiere la reforma de las casas heredadas o en desuso, sujetas a una estricta normativa urbanística, ha facilitado también la entrada de capital foráneo y con ello la adquisición de muchas de estas propiedades por parte de no residentes.
«La reconversión de casas en hoteles y la entrada del mercado nacional e internacional ha logrado que el centro reviva», asume el director comercial de Bonnín Sansó, José Pons. «El casco antiguo vuelve a ser un foco de interés, también para los residentes, pero la inversión que requieren muchas casas para reformarlas es tan elevada que están fuera del alcance de los menorquines».
Sin oferta de alquiler, los precios de compra se disparan gradualmente hasta los dos millones de euros y convierten el centro en «una de las zonas con la vivienda más cara de Menorca», solo superada por «algunas áreas en el campo, pero por debajo todavía de Mallorca o Eivissa».
«Mantener las bóvedas, las vigas vistas y otros elementos diferenciales aumenta el atractivo, pero encarece la inversión y complica la tramitación de las licencias. Se tarda entre 12 y 16 meses en recabarlas y unos cuatro años en terminar las obras».Así que afrontarlas, dice José Pons, se vuelve casi «un acto de fe. Si sumas todos los costes te explicas por qué solo acaban en manos foráneas, ya sean madrileños, catalanes o extranjeros que habían establecido un vínculo anterior con la Isla y que, especialmente a raíz de la pandemia, han fijado aquí su segunda residencia».
Esta tendencia está logrando «recuperar espacios en desuso, casas que se estaban deteriorando y que los hijos ya no podían mantener», pero ha agravado el proceso de gentrificación del centro histórico.
«Es normal. Si has heredado una casa y un francés te ofrece el doble de lo que puede darte un menorquín... no somos tontos. Se la acabas vendiendo», dice una residente.
El Ayuntamiento se declara incompetente para solventar esta problemática, pues «no podemos limitar los precios del mercado ni, tampoco, la nacionalidad de quienes compran». El teniente de alcalde de Urbanismo, Joan Benejam, dice que «los incentivos pueden ser positivos para hacer mejoras en las viviendas», pero cree que «son muchos los factores que influyen».
Así que, al menos, el gobierno municipal mantiene su «compromiso» de impulsar la necesaria renovación del Plan Especial de Protección del Casco Antiguo, vigente desde hace 25 años, y ultima la aprobación de una nueva ordenanza de ruidos. El objetivo, dice la concejal Raquel Pericás, es «controlar la contaminación acústica» y las molestias que pueda sufrir la población residente y turística.
Hasta quienes viven del turismo piden una regulación. Varios titulares de pequeños hoteles en el centro son partidarios de que no se permita incrementar la oferta de alojamiento, pues con 50 establecimientos activos se reduce el margen de rentabilidad y son muy pocos los que abren todo el año. Además, se ha automatizado tanto su funcionamiento, reduciendo al máximo la atención al cliente, que «se está despersonalizando y devaluando el producto. Estamos matando la gallina de los huevos de oro».
Aún así, el presidente de la patronal hotelera (Ashome), Sebastià Triay, dice «no tener una postura definida. Es cierto que ya hay muchos hoteles y me llega que en el Ayuntamiento no quieren más, pero es el Consell el que debe clarificarlo y definir qué tipo de turismo queremos».
El Consell insular ya ha adelantado que levantará la moratoria turística que desde hace dos años impide autorizar nuevos alojamientos, porque el PTI da margen para crecer en 11.345 plazas turísticas y 13.000 residenciales. Pero la consellera de Ordenación Turística, Núria Torrent, todavía no puede «concretar» cómo afectará esta medida al centro de Ciutadella. Los más de 3.000 vecinos que aún residen en el casco antiguo siguen a la espera.
El apunte
Con bares y ruidos, pero sin servicios ni aparcamiento
La proliferación de bares y hoteles contrasta con la ausencia de servicios y la insuficiencia de plazas para aparcar en los alrededores. Los residentes se quejan de que el «lujo» que suponía vivir en el centro se haya convertido con el tiempo en un problema. «Hoy es una zona inhabitable».
El envejecimiento de la población que aún reside en el casco antiguo ha comportado también el cierre de pequeños negocios tradicionales, que no han encontrado relevo generacional. «El cierre de la Impremta des Racó ha sido el punto de inflexión. Ya no tienes una panadería cerca, ni un pequeño local de comestibles y, en cambio, te encuentras múltiples tiendas para turistas. Nos estamos quedando sin servicios y, con ello, estamos perdiendo nuestra identidad. El centro de Ciutadella es solo un decorado».
Las molestias por ruidos tampoco ayudan. Aunque se controlan en parte desde que se limitaron las terrazas en los patios interiores, los vecinos que viven en las proximidades de determinados bares aún padecen las ruidosas concentraciones de clientes en el exterior, un problema que se ha agravado estos últimos años con el tardeo.
«Cuando empezó, era como si tuviera a toda esa gente en el comedor. Así que he tenido que cambiar la carpintería y poner doble vidrio en las ventanas», dice una residente, quien dice padecer por ello «más molestias en invierno que en verano, pues el tardeo se acaba en mayo». «Nuestra casa ha perdido valor desde que tenemos un bar al lado», comenta otra, quien confiesa irse al chalet cada fin de semana para no tener que sufrir tanto ajetreo.
A todo ello se une la falta de aparcamiento. Las plazas de zona verde restringidas durante gran parte del día al aparcamiento de los vehículos de los residentes en el casco antiguo «son insuficientes. Incluso ahora, en marzo, he llegado a tardar casi 20 minutos en poder aparcar». Y peor será, aventura, cuando se peatonalice la Plaça des Born. «Estamos todos de acuerdo en que se haga y me parece una idea fantástica pero, sin estacionamientos alternativos, ¿dónde dejamos el coche? He buscado un párking privado cerca, pero me piden 30.000 euros. Como si esto fuera Barcelona. Pura especulación».
Otro tanto sucede cuando quieren entrar o salir con su coche, sirviéndose de las más de 200 tarjetas amarillas que el Ayuntamiento entrega a los residentes. «A nosotros nos penalizan con horarios restrictivos y, en cambio, muchas mañanas vemos la Plaça Nova con cuatro o cinco camiones. No hay control. Se es demasiado permisivo».
«El centro de Ciutadella es un parque temático del que todos huyen», resume otra vecina. Pero, si es así, ¿por qué no se van también a vivir a otras zonas de la ciudad? Porque «somos la resistencia y, la verdad, no me da la gana que me echen de casa».