Michel Magnier (1965) integra el ramillete de ponentes que participan en el Foro Illa del Rei 2025, este martes, día 12. Mallorquín de nacimiento, hijo de una modelo madrileña y de un arquitecto francés –posee la doble nacionalidad–, es abogado y desde hace más de treinta años cónsul de Francia en las Illes Balears –asimismo, hace meses fue designado decano del cuerpo consular de Mallorca.
Es cónsul francés en Balears desde noviembre de 1993 y nuevo decano del cuerpo consular de Mallorca.
—Soy el cónsul más antiguo en funciones, no en edad. Y desde el pasado abril, soy decano del cuerpo consular. Un cargo implica representar a tu país, mientras que el otro consiste en defender el cuerpo consular como ente y aunar acciones cuando varios consulados tenemos problemas que son comunes.
Mallorca fue descubierta hace años por sus compatriotas, pero en Menorca la gran presencia francesa es un fenómeno reciente. ¿A qué cree que se debe?
—A varias causas. Se han puesto más y nuevas rutas, tanto aéreas como marítimas. Eso motiva que venga más gente, quiénes a su vez, al volver a Francia, predican las maravillas de Menorca, lo que hace que aumente el interés por el destino menorquín. Es una rueda. Pero hay mucho más.
¿Por ejemplo?
—Francia es un país muy agrícola, el sector primario tiene mucha importancia. El francés ama el campo, está en su ADN. Aquí se encuentran con la isla más y mejor ordenada, territorialmente, del Archipiélago. El campo, es campo, eso en otras islas no lo tienes. Además, la arquitectura está muy integrada en el paisaje, eso le encanta al francés. Y los menorquines sois muy acogedores y esta es una isla muy limpia, es lógico que el francés esté a gusto. Y un último dato, si en Eivissa una casa vale 4 y en Mallorca 2,5, aquí en Menorca la encuentras por 1,5.
Se nota, pues están invirtiendo en la Isla.
—Sí, primero vienen como turistas, descubren una geografía que les gusta, un sitio que les acoge y encima a un precio asequible, ven que aquí puede haber un proyecto de vida. Y los franceses están apostando por recuperar edificios emblemáticos alzando hoteles de lujo, intentan restituir la agricultura; aceite, vino, hierbas esenciales, miel… el francés se siente cómodo en un escenario como el menorquín, y ve también que puede aportar y ayudar a mantener Menorca como la isla más preservada, que es lo que buscan los franceses.
¿Advierte entre sus compatriotas mayor preferencia por alguna zona de la Isla?
—El francés, cuando se instala en una sitio como Menorca, no quiere estar lejos de las urbes, de Maó o Ciutadella. Pero hay una especie de diáspora, les gusta realmente vivir un poco por todo. En Menorca diría que la zona de Sant Lluís, del sur, y los alrededores de Ciutadella, son las que más atraen. Y quizá un poco menos Fornells, el norte.
¿Detecta un perfil concreto de francés con apego a Menorca, o es variado?
—Antes recibíamos un turismo o muy joven o de una cierta edad. Esto ha cambiado. Ahora el turismo francés de Mallorca y Menorca son parejas y familias de entre 35 y 55 años, con hijos y con cierto poder adquisitivo. Les gusta moverse en coche, pero evitan las aglomeraciones.
¿Cuáles son los principales problemas que sufren los franceses cuando se instalan en Menorca?
—Una queja común en todas las islas es el exceso de burocracia. No tanto en la compra inmobiliaria y sí a la hora de implementar una actividad económica. En Francia la administración está muy centralizada. Aquí están la administración central, autonómica, los consells, ayuntamientos… muchos filtros y el francés se pierde, muchas veces necesita ayuda en ese aspecto. Se está trabajando para simplificar esos trámites, que a veces desalientan y hacen que la inversión vaya a otro lugar. Se trata de facilitar. Detrás de una inversión están todas las personas que se contratan. Esencialmente, ese es el problema, pues en Menorca no hay delincuencia.
¿Cómo ven al menorquín los franceses?
—Como gente muy pacífica, tranquila y acogedora. Siempre recuerdo la primera vez que vine a Menorca. Me fui a pasear por esa maravillosa ciudad que es Maó, buscaba un sitio para tomar algo y pregunté a una señora que estaba barriendo ante una casa; dejó la escoba y me llevó de la mano hasta un restaurante que estaba a 400 metros, una señora encantadora. Sois gente tranquila y especialmente amable con el turismo.
¿...?
—He participado en foros sobre turismo sostenible y me di cuenta de que el problema que hay en ciertos sitios, en Menorca no está. No hay esa sensación de malestar que sí tienen los mallorquines con el turismo de masas, la gentrificación. De hecho, los representantes de la Isla, patronales y sindicatos, manifestaban que no había problema de gentrificación y que existe un deseo de desestacionalizar, de ensanchar la temporada. Menorca está en una fase en la que estábamos en Mallorca hace diez años, es una de sus grandes fortalezas.
La presencia francesa en Menorca, ¿entiende que es un fenómeno pasajero o han llegado para quedarse?
—Han llegado para quedarse. Teniendo cerca de Francia, que ese es otro punto importante, una isla que mantenga esa autenticidad, esa ordenación del campo y la arquitectura suave y amable con el territorio, el francés querrá venir. Lo único, que cuando se busque una mayor desestacionalización, que se haga de modo racional. Que el visitante que venga, comparta vuestros valores de mantener el campo, vuestra cultura y vuestra identidad. Y el francés eso lo respeta. Si Menorca mantiene todo eso, el francés habrá venido para quedarse, para invertir y para participar en el progreso de la sociedad menorquina de los próximos años.
La ostia que nos estamos metiendo