Acabo de tener una conversación con la alcaldesa de mi ciudad (no me atrevo a escribir su nombre - no me refiero al de la alcaldesa, no me interpreten mal, sino al de la ciudad- por miedo a ofender alguna sensibilidad según cómo coloque o no la hache, máxime cuando no he conseguido desarrollar aún una preferencia al respecto del topónimo idóneo para referirme a ella).
He sabido así de primera mano que la zona de la explanada del ascensor del puerto recientemente cerrada a los vehículos no está afectada como yo creía por el PTI , sino por el PGOU. En realidad no es para mi muy relevante el baile de siglas: soy tan aficionado a los farragosos reglamentos urbanísticos como a la trigonometría (y por idénticos motivos: los encuentro tan necesarios como áridos, enrevesados y escurridizos). La cuestión es que después de esta distendida charla con la alcaldesa he tenido que tirar a la basura el artículo que ya tenía casi rematado y que incluía sarcasmos con los que había quedado bastante satisfecho (en el plano literario, entendámonos). Pues bien, el conocimiento del punto de vista de doña Concha, me obliga a limar ciertas asperezas, toda vez que he comprendido su preocupación por las consecuencias que un accidente en la zona hubiera reportado sobre su persona y sobre la institución que preside.
Para que, tanto ella como los que comulgan con su ideario comprendan ahora mi punto de vista, conviene rebobinar un poco.
En su día un grupo italiano quiso promover un hotel de cinco estrellas justo en esa explanada. Incluía el proyecto la construcción de un parking público de unas trescientas plazas. El entonces alcalde, Arturo Bagur (de quien yo fui votante) no dijo ni que sí ni que no al proyecto. Optó en cambio por marear la perdiz (como supieron hacer con tantos expedientes sus correligionarios), el número suficiente de años (más de diez) como para que los inversores alzaran el vuelo hartos de fundir pasta a cambio del famoso «vuelva usted mañana».
Paralelamente, un prometido ascensor que nunca llegaba iba a solucionar el problema cada vez más acuciante del aparcamiento en la zona de Llevant. Pasaron los lustros. Ni ascensor, ni hotel ni aparcamiento. Los visitantes se desplazaban a Es Castell u otras zonas más hospitalarias.
Luego llegó una señora, Agueda Reynes, cuyo único defecto visible según mi personal entender, esto es, el de pertenecer a un partido con síntomas de padecer carcoma, no la impidió ponerse a trabajar con energía y conseguir en cuatro años de gobierno desatascar el poderoso tapón que habían construido con épica inercia sus inmediatos antecesores, de manera que los comerciantes, vecinos y usuarios del puerto tuvimos por fin lo que debiéramos haber disfrutado tantos años atrás, y que hubiera supuesto una fuente de ingresos nada despreciable para nosotros y también, vía empleo, impuestos etc... para la ciudad.
El pasado trece de Agosto, el nuevo equipo municipal desbarató lo construido sin previo aviso. No está bien. Me van a permitir que rescate al menos uno de los sarcasmos que tenía ya escritos y que tanta pena me daría que quedara inédito. Así rezaba:
«Puestos al habla con el Instituto Tecnológico de Massachusetts con la idea de encontrar soluciones menos drásticas que el cierre del aparcamiento, y ante la imposibilidad de contactar con el responsable de barreras del departamento de medidas de seguridad dos punto cero, nos cogió el teléfono el hijo de la secretaria, un chavalín muy simpático y dispuesto, a quien explicamos el caso, dado su interés por el problema. Enseguida encontró una solución de lo más creativa: las mismas pesadas jardineras que impiden ahora el acceso de vehículos al aparcamiento podían haber servido, colocadas en el punto que ofrecía riesgo, como parapeto que impidiese que los coches se acerquen peligrosamente al acantilado».
Tras la charla con la alcaldesa ya no me expresaría con tanta frivolidad, pero la idea sigue pareciéndome válida y la sigo proponiendo.
No deben pensar en la alcaldía que mi sentir es minoritario; he comenzado a pedir firmas para que restituyan a los usuarios el bien perdido y estoy recibiendo el apoyo de cientos de personas en Facebook, de muchos vecinos ( incluidos los de Fort de l'Eau que han visto su tranquilidad perturbada por los despistados que buscan salir del atolladero), de comerciantes de la zona y de turistas afectados por la medida.
Me queda subrayar que el señor Lora, ante una testigo, me aseguró que para minimizar los inconvenientes de la medida exprés se rectificaría «si no hoy, mañana» el sentido del tráfico para evitar laberínticos peregrinajes a la desprevenidos buscadores de aparcamiento. Pasada una semana nada se ha hecho al respecto. La verdad es que no me sorprende. La única actuación diligente que he visto realizar al antiguo tándem gobernante fue cuando la sorprendente construcción de la cárcel en la carretera de Sant Lluís.