No sé si alguna vez les ha sucedido. A mí sí, en varias ocasiones: Paseando por (verbigracia) el Camí de Cavalls, una momentánea distracción con el móvil te conduce a enfilar una variante del sendero que se va estrechando poco a poco hasta que su trazado se diluye por completo justo en el punto donde aparece un kleenex (con aspecto de haber sido utilizado para una emergencia) al lado del desecho orgánico correspondiente que justificó su uso.
No digo que Sánchez se haya distraído, aunque atar tantos cabos (algunos deshilachados) debe acelerar el pulso incluso a un campeón de la resiliencia torera, pero, en el hipotético caso de que acabemos frente al pañuelito, o peor aun, pisando la caca, ello significaría que hemos perdido el norte.
Muchos estamos mosqueados con el sendero por el que lleva Sánchez a cuarenta y ocho millones de personas; intuimos por el hedor que ya llevamos caca en las suelas y la cosa irá a peor. Muchos, con razón (opino), vienen protestando en las calles y en las redes cometiendo (creo) por desgracia tres errores:
1.- Quienes gritan en esas manifestaciones «viva Franco» parece que den por bueno que alguien controle los tres poderes del estado, esto es, les va bien una dictadura si es la suya. En este sentido se merecen a Sánchez.
2.- Quienes lanzan consignas racistas u homófobas dan argumentos bastante sólidos a quienes temen que si no gana Sánchez vendrá gente indeseable a gobernar el país.
3.- Quienes piden nuevas elecciones ignoran que las pasadas han sido perfectamente legales desde el momento en que los votantes de Sánchez, lejos de castigar sus continuas mentiras en la anterior legislatura, le han premiado con su apoyo incondicional. Desde luego a muchos nos resulta desconcertante que tanto votante socialista actual no valore la honestidad en sus líderes. Lo valora en su familia, en sus jefes, subordinados y compañeros de trabajo, en su pareja o en el fontanero. En todos estos ámbitos aborrecen la traición a la palabra dada. En Sánchez les parece aceptable (y plausible; escúchense si no las ovaciones en sus apariciones mitineras cuando dice Diego).
Añadiré que me alucina esa forma de ver las cosas, pero están en su derecho. Conforme a la actual ley, cualquier político tiene la inmoral licencia de comprar votos para resultar investido. Por supuesto la forma que lo hace Sánchez es repugnante y amerita las protestas que está recibiendo.
Una cosa innegable es que los votos obtenidos por el amado líder han sido recolectados de manera engañosa (en campaña la amnistía era inconstitucional), y por ende me parece una burla a la inteligencia que sus portavoces hablen sin ruborizarse de legitimidad democrática (en el sentido de que sus votos, unidos a los de sus socios -progresistas o derechistas- suman más que los de la oposición).
Resumiendo: no pienso que sea coherente pedir nuevas elecciones. Protestar en cambio es tan coherente como necesario. El descalificar las quejas (cosa que hace el gobierno) tachándolas de antidemocráticas es de una hipocresía mayúscula. Se protestó la ley mordaza entre otras muchas decisiones de gobiernos de derechas sin que los «progresistas» pensaran entonces que era antidemocrático.
La política es un estercolero, amigos, y lo seguirá siendo mientras los embusteros, trepas, veletas, sinvergüenzas (en el sentido literal del término), pesebristas y dorapíldoras sigan contando con el perfil olvidadizo del votante y su fidelización incondicional.
Felipe González lo ha descrito bien cuando afirma que él defiende los postulados del partido socialista, aclarando que se refiere a los postulados de hace un par de meses. Ahora González será tachado sin duda de facha y asunto resuelto. Todo menos cuestionarse si es lícito de verdad comprar con el patrimonio de todos un bien personal a precio de oro aunque lo haga un supuesto socialista.
Si un pueblo coleccionista de kits ideológicos se deja conducir dócilmente por la senda que decide un ego XL y acaba siendo traicionado, será su culpa (les sucedió a los alemanes con Adolfo). Pisar caca es fácil cuando vas mirando solo el banderín del guía.