Manuel Valls Galfetti (Barcelona, 1962), historiador y político. Alcalde de Evry en la región de París (2001-2012) y diputado en la Asamblea Nacional (2002-2018), fue ministro del Interior (2012-2014) y primer ministro de la República francesa (2014-2017). En 2018 se mudó a Barcelona, para aspirar a la alcaldía de la Ciudad Condal. Ejerció como concejal durante dos años. En 2021 volvió a París manteniendo una estrecha relación con España y sobre todo con Menorca. Padre de cuatro hijos, está casado desde el 2019 con la barcelonesa Susana Gallardo. En diciembre del 2024 regresó a la primera fila de la política francesa como ministro de Ultramar en el Gobierno de François Bayrou bajo la presidencia de Emmanuel Macron.
¿Cómo valora y en qué consiste su relación con Menorca?
—Soy, ante todo, un mediterráneo que ama la conexión con la tierra y el mar. Aquí es algo único. Soy un hombre de múltiples culturas y todas florecen en Menorca. Pero, evidentemente, esta relación está primero ligada a mi esposa Susana, a su familia, a nuestra casa, a nuestros amigos, con quienes compartimos el mismo amor por la Isla. Encuentro aquí una calma especial, sea cual sea la estación. Salir en barco, cenar en Calesfonts en El Trébol, admirar el paisaje desde El Toro, escuchar unas habaneras en menorquín, recorrer un poblado talayótico con las explicaciones de Margarita Orfila, vivir las fiestas de Sant Joan en casa de José María de Olivar Ordis… Son momentos que me gusta repetir como una tradición que nunca terminará. Y me encanta descubrir la Isla a nuestros amigos… Déjame añadir que admiro por encima de todo a Albert Camus Sintes, y saber que su abuela era de aquí me lo hace sentir mucho más cercano.
¿Cómo conoce la Isla?
—Había venido hace unos cuarenta años, pero el recuerdo se había desvanecido. En 2018, antes de lanzarme a la aventura electoral en Barcelona, vine solo para terminar un libro sobre las razones de mi candidatura, encontrarme con barceloneses y prepararme para esa nueva vida. No me imaginaba que encontraría el amor. Gracias, Menorca.
¿Qué significa y qué aporta Susana Gallardo en la vida de Manuel Valls?
—Soy pudoroso y raramente expreso mis sentimientos. Pero Susana es lo más hermoso que me ha pasado en la vida. Su alegría de vivir, su generosidad, su amor por Menorca me han desbordado. No nos hemos separado desde aquel agosto de 2018, inmortalizado por «Es Diari MENORCA» en la inauguración de las obras de renovación del hospital de la increíble Illa del Rei, bajo la mirada amable del general Luis Alejandre Sintes.
¿Se atreve con un DAFO sobre Menorca?
—Una administración poco ágil; un turismo que podría no ser respetuoso con el ecosistema de la Isla; la autenticidad de sus habitantes; y la economía azul y la cultura. Este es mi diagnóstico.
¿Cómo impulsar un nuevo modelo socioeconómico para Menorca?
—No es mi papel decir cuál debe ser el modelo socioeconómico de Menorca. Soy un visitante respetuoso con la Isla y con sus habitantes. Pero estoy convencido de que se debe invertir en una agricultura de calidad. Del mismo modo, desde la llegada de Hauser & Wirth, el número de galerías de arte ha explotado tanto en Maó como en Ciudadella. La cultura es un elemento esencial para el desarrollo de la Isla.
¿A qué debe aspirar Menorca?
—A un equilibrio permanente entre su historia y la modernidad. Su cultura, sus tradiciones, sus fiestas, sus paisajes y sus litorales, su hábitat, deben ser preservados. Las islas del Mediterráneo se caracterizan por su apertura al otro. Y ese otro debe respetar la identidad insular.
¿Cuál es su valoración del Foro Illa del Rei dedicado a Menorca y Francia?
—Me encanta. Francia nunca deja indiferente para bien y para mal. La historia de la Isla está ligada a Francia, mucho menos que a Inglaterra. Pero quiero tranquilizar a todos (risas), el ministro de Ultramar de la República francesa no tiene ninguna ambición sobre Menorca... desde el 1763.
¿Qué hallan los franceses que vienen a la Isla?
—Lo que no encuentran en ningún otro lugar del Mediterráneo: paisajes preservados, playas poco concurridas, fiestas con una relación increíble con el caballo, una cultura accesible durante todo el verano, una gastronomía de calidad. En resumen, una autenticidad que contrasta con el mundo actual. Los franceses aman y aprenden a amar esta isla. Muchos han abierto hoteles, galerías, comercios y se han instalado aquí. Han comprado casas y fincas que han renovado con gusto, pasión y respeto.
Como ministro de Ultramar ha impulsado un acuerdo para una futura soberanía compartida entre Francia y Nueva Caledonia. ¿En qué consiste?
—Hace poco más de un año, hubo disturbios sangrientos en Nueva Caledonia, con 14 muertos y cientos de heridos. Se destruyeron empresas, comercios y edificios públicos. Los daños superan los 2.500 millones de euros. La economía está devastada. Primero fue necesario restablecer el diálogo entre independentistas y no independentistas para conciliar aspiraciones contradictorias. Después de seis meses de intensas conversaciones, hemos construido un acuerdo que convierte a Nueva Caledonia en un Estado dentro de la Constitución francesa, que podrá ser reconocido por la comunidad internacional y dotado de su propia ley fundamental. Los caledonios tendrán su propia nacionalidad, sin perder la francesa. Todo esto requerirá una reforma constitucional y deberá ser aprobado por los 270.000 caledonios en referéndum. Es algo frágil aún, y volveré allí a finales de agosto.
¿Es aplicable a Cataluña?
—No, no tiene nada que ver. La comparación es absurda. Nueva Caledonia está a 18.000 kilómetros de París, en el corazón del Pacífico. Fue anexionada por Francia en 1853. Es una antigua colonia de poblamiento y penitenciaria. El pueblo kanak, originario y autóctono, ha sufrido enormemente. Hay un proceso de descolonización reconocido por la ONU en marcha desde hace 40 años. Ya goza de una amplia autonomía. Deseo ir más lejos, completando el proceso de descolonización y preservando el derecho a la autodeterminación de los kanak. Cataluña no fue una colonia y contribuyó incluso a forjar España como parte del reino de Aragón. España sin Cataluña ya no sería España. La relación entre Francia y Nueva Caledonia es de otra naturaleza.
¿Cuál es su definición política?
—Me sigo considerando de izquierdas. Soy un republicano francés, profundamente apegado a la laicidad y a la igualdad de oportunidades, pero también me defino como un liberal europeo que cree que los hombres deben ser libres e iguales, y que la alianza entre democracia, economía de mercado y Estado del Bienestar es el único sistema viable. Evidentemente hay que reformarlo, pero también defenderlo con convicción frente al populismo y las tentaciones autoritarias.
¿Tiene futuro el socialismo?
—La palabra socialismo hace tiempo que está muerta. Ya no significa nada. La socialdemocracia está en crisis en todas partes porque no ha sabido cuestionarse ni encontrar un nuevo camino tras la caída del muro de Berlín. No da respuesta a los estragos del capitalismo financiero o a los repliegues identitarios ligados a la inmigración irregular o al islamismo. Se ha identificado demasiado con un Estado omnipresente y con los impuestos. Creo que la idea de progreso -científico, social o educativo- merece siempre ser defendida frente a formas de oscurantismo que intentan imponerse por todas partes.
Oiga Usted, no hable de equilibrio que se cae Usted mismo.