Anna está nerviosa y no puede evitar emocionarse. Son las 9 de la mañana y lleva horas esperando que sus familiares le envíen un mensaje informando que todos están bien. No para de mirar el móvil y de abrir la aplicación de mensajería de origen ruso Telegram, que paradójicamente se ha convertido en el canal de comunicación preferido por los ucranianos desde que comenzó la invasión hace ya dos años. Sus padres y su hermano siguen en Kiev, que ha vuelto a ser víctima de bombardeos nocturnos. La incertidumbre alimenta su angustia hasta que la llegada de una notificación ilumina la pantalla del móvil: sus familiares están a salvo y sus casas siguen en pie.
Anna suspira y esboza una sonrisa tímida sin esconder que ni su cabeza ni su corazón se adaptan a la nueva realidad. Aquí, en Menorca, ha encontrado un refugio donde tiene asegurada la integridad física, pero no la paz mental, y con esto es el reflejo de los 24 ucranianos que permanecen en la Isla sin que el miedo haya podido salir aún de sus cuerpos.
Hace justo un año eran 30, menos del centenar que llegó a reunirse en 2022, cuando las tropas rusas empezaron la invasión de Ucrania sin que haya todavía un desenlace a la vista. Muchos regresaron a su país para intentar recuperar de las ruinas sus hogares y negocios, mientras otros fueron a nuevos destinos en busca de más oportunidades.
Nueva realidad
De los 24 ucranianos que han echado raíces en Menorca, prácticamente la mitad son menores. Desde que llegaron a la Isla tienen garantizado el derecho a la educación y a la formación y van a escuelas e institutos locales, sin dejar de lado los estudios ucranianos. Su esfuerzo es doble y la adaptación ha sido difícil, pero han aprendido el idioma, han aprobado el curso y participan en actividades extraescolares y sociales para curar la mente.
«El primer año nos pasó muy lento y la integración fue complicada, pero este año ha sido más fácil, ya hablamos español y entendemos el catalán, y hemos conocido a gente», coinciden Lola, Roman e Ivan, tres jóvenes ucranianos de entre 15 y 18 años.
«Vemos que la guerra no terminará pronto y necesitamos asimilarnos a la sociedad», reconoce Victoria, la madre de Roman. Como ella, el resto de ucranianos que se enfrentan a una nueva realidad lejos de sus hogares han redoblado el empeño para adaptarse a vivir, o al menos intentarlo, con normalidad en medio de la tragedia. Han encontrado trabajo de temporada y casa y la mayoría ha conseguido vivir de manera independiente, aunque ahora se abre un nuevo frente burocrático que les atormenta: tratar de renovar la protección temporal que vence el próximo 4 de marzo y que, inicialmente, se ha prorrogado por un año más.
«Queremos lo mejor para nuestra hija, como todos los padres», relata Marta, que en verano de 2022 dio a luz a su hija Maria Margarita en Menorca, sin la presencia de su marido, que permanece en Ucrania y en cualquier momento puede ser reclutado para unirse al ejército. «Por ahora ampliaremos los documentos por un año más y después ya se verá, porque no me siento estable en ningún lado», describe.
Sobrevivir día a día
El pronóstico sigue siendo muy preocupante y el temor va ganando terreno ante el desconocimiento sobre lo que va a pasar: no saben si van a poder regresar a su país ni cómo se lo van a encontrar. Es por eso que evitan planear el futuro y se centran en sobrevivir día a día.
Mientras tanto, la palabra que más repiten es «gracias», que dirigen a «cada una de las personas con grandes corazones» que «nos han ayudado a no bajar los brazos en los momentos más difíciles», expresa Kristina, que dará a luz a su hija en la Isla esta primavera.